Fotografías
de momentos de sentimiento, borbotones de palabras en forma de letras que
alguien quiso haber pronunciado, a veces en voz alta, a veces susurrando, con
calma, con ira, con dulzura o airadamente.
Recuerdos
de escritos constatando un momento de la realidad, inmóviles en el tiempo diciendo
lo que alguien quiso comunicar, a veces quedaron en simples letras porque quien
escribió no tenía nada que decir.
Internet
ha transformado muchas de nuestras percepciones. Antes las mañanas, el
desayuno, la comida, cualquier evento era bueno para pensar que el cartero
podría traer cartas, algunas como las que cantaba Moustaki. Dichoso quien era propietario
de un buzón, las cartas llegaban o no, en cualquier caso siempre se antojaban
pocas y siempre cabía la duda de que alguien las hubiera perdido.
Ahora
todo es inmediato, dicen que lo primero que hacemos nada más levantarnos es
mirar el whatsapp para ponernos al día de lo que puede haber pasado desde que nos
fuimos a dormir. A partir de ahí todo es consultar de vez en cuando, ya se ha
despejado la duda del extravío.
En
común el contenido, ahora corto, rabioso, y acelerado, antes más reposado y
meditado.
¿Dónde
están ahora las cartas escritas y no enviadas, o sencillamente las pensadas y
no escritas? algunas eran parte del alimento diario y ayudaban a vivir espacios
y tiempos complicados.
¡Siempre
dos personas, cada una a un lado, enviar y recibir!
La
época de las cartas enseñaba a esperar, a convivir con los silencios, a saber
lo maravilloso que era recibir un sobre, aún sin saber qué diría. Era un
momento en el que no se podía controlar el instinto, había que abrir la carta
inmediatamente. El contenido era el preámbulo de un segundo acto de una obra
que tuvo principio y cuya trama, nudo y desenlace estaban pendientes de ser moldeados
por el destino y sus protagonistas. Los mensajes de ahora son párrafos de una
página.
Escribir
era pensar, recorrer mil rincones que acaban en la mano rellenando párrafos,
uno tras otro. Las luces se iban apagando, el silencio y la obscuridad se iban
apoderando del ambiente, el bolígrafo, el papel y la imaginación eran los
únicos jinetes que galopaban en la noche.
Una
a una, una tras otra, aquellas cartas que todos escribimos en las que pusimos ojos,
manos y corazón, sin solución se hicieron pedacitos pequeños y fueron arrojadas
a la basura.
Se
fueron las cartas y quedó el recuerdo vago de años. Esas cartas presentes o no
forman parte de nuestro día a día, de una vida que trasciende un pasado.
Todo
se ha hecho más aséptico y eficiente, ya no hay que doblar el papel, meterlo en
el sobre, lamer el filo engomado, pegarlo, ir al estanco, comprar el sello, dar
un paseo hasta el buzón, meter la mano en la boca del león, dejarla caer, recogerla,
clasificarla, ponerla en ruta, recogerla en la ciudad de destino, repartirla y
depositarla en un buzón. Es todo más simple, escribes una líneas y zas… ahí,
inmediato, el destinatario recibe un aviso, con un ruido variado, no importa si
está en el cuarto de baño, en el cine, trabajando, durmiendo, pelando las patatas
o conduciendo, cualquier momento es bueno para recibir un mensaje.
La
falta de cobertura, la inexistencia de wifi al alcance, se considera un
desasosiego, una catástrofe que nos hace perder la seguridad de la inmediatez. Que
es de nosotros si no tenemos un teléfono en la mano, todo está perdido.
Olvidamos
a menudo cosas tan sencillas como que el sol aparece por el Este cada día y que
el silencio fabrica la imaginación y los sueños.
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