miércoles, 17 de diciembre de 2014

Feliz Navidad y Próspero 2015

Un año más llega la fiesta de Navidad y el Año Nuevo, son momentos de enviar felicitaciones a todas las personas que quiero y aprecio, entre la que te encuentras.

Mirando atrás, recuerdo la anécdota más simpática de este año que le ocurrió a mi amigo Jose Luis en la Oficina del Peregrino en Santiago de Compostela, al final del camino, donde le dijeron, en plan de broma, que le compulsaban, tantas etapas que había hecho, si cantaba la canción de la cabritiña. El no la sabía pero acabó tarareandola con dos empleadas del recinto a las que pidió ayuda, sin saber exactamente que significaba, todo ello ante el asombro de los peregrinos que esperaban turno para conseguir su certificado y el de un caminante portugués que le tradujo algo. Aquello acabó en carcajadas y una ovación.

Jesús y yo, compañeros de viaje, supimos de la broma y entendimos la algarabía que provocó cuando la escuchamos y leimos sus subtitulos en You Tube, aquí la puedes ver.

https://www.youtube.com/watch?v=rOJsgdNj5pU

Ahora hablemos de futuro. Este año propongo que a las cartas habituales añadas una nota más  donde escribas un deseo que quieras realizar en el año 2015. Ojalá que lo consigas, pero si no lo haces, que no sea por no perseguirlo.

Lo importante es el camino, espero que nos sigamos viendo en él.
Feliz Navidad y Año 2015

Os deseamos lo mejor, Jesús, Eduardo, Fernando, Alfonso, Javier, Vicente.




viernes, 5 de diciembre de 2014

La Saga de la Puente - La cabalgata de los Reyes Magos (Idea Rodrigo Martos - Ilustra Jesús de la Puente)

Se acercaba el fin de mes y había que calcular lo que quedaba en el bolsillo y en la cuenta para no tener que pedir un anticipo, esperaba cobrar pronto.

El reparto de la nómina recordaba a la cabalgata de los Reyes Magos, la encabezaba el Sr. Cajero en el papel de Rey Mago, en cierto modo se parecía a Melchor con su pelo blanco y sus buenos modos, le acompañaban un par de pajes que portaban un cajetín donde iban los sobres con el dinero y otro con los extractos de la nómina y los retirés.

Llegaban a su mesa o a alguna cercana y todos se íban aproximando para retirar el sobre y firmar. Siempre decían, contadlo, contadlo.

Hacia cuentas con lo que tenía que pagar en la pensión, con las 5 pesetas del billete de metro de ida y vuelta y algún pequeño gasto más. A pesar de los cálculos las 3.000 ptas. daban para lo que daban.

Mientras Crisanto hacía números y números sonó el timbre que había en la pared al lado de su mesa.

Miró al panel y vio el número 1., era el de D. Eufrasio, el Director más veterano con unos setenta años a su espalda que apenas salía de su despacho que siempre permanecía con la puerta cerrada.   

Pulsó el botón para que el número bajara y se dirigió a la puerta, tocó con los nudillos, toc, toc.

Adelante, adelante, pase

Buenos días Crisanto,

Buenos días D. Eufrasio

Mire le agradecería que ingresara este dinero en la cuenta de mi hijo en la Sucursal.

Sí Señor.

Recogió el dinero, el impreso de ingreso que ya venía cumplimentado y  se dirigió a la Sucursal con un paso rápido porque no podía ausentarse mucho tiempo de la recepción.

Esperó a que una ventanilla se quedara libre, eligió la fila más corta y esperó turno detrás de una Señora que no paraba de hablar al empleado. Por fin le tocó a él.

El ventanillero contó dos veces el fajo de billetes de 1.000 pesetas, había 49 cuarenta y nueve y en el impreso constaban 50, si, cincuenta mil pesetas, de las de entonces.

Mira, faltan 1.000 pesetas ¿Qué hacemos?

El corazón le subió por la garganta y como un relámpago contestó:

Ingrese Usted lo que viene y rectifique el impreso, o lo rectifico yo.

Es mejor que lo hagas tú.

Crisanto tachó cincuenta mil y puso cuarenta y nueve mil y luego hizo lo mismo con los números.

En ese minuto le pasaron mil cosas por la cabeza, si hacía bien, si hacía mal, si el billete se le habría caído, que pensaría el Director, sólo estaba seguro de una cosa, él no se lo había quedado y que ese importe eran diez días de su trabajo, 200 billetes de metro de ida y vuelta.

Volvió deprisa y antes de volverse a sentar llamó otra vez a la puerta de D. Eufrasio,

 ¿Se puede?

Adelante Crisanto, adelante

Aquí le traigo el resguardo del ingreso, es por 49.000 pesetas, es lo que había.

D. Eufrasio miró el resguardo y luego a él diciéndole, “Bueno, gracias.”

El resto del día y los tres posteriores que faltaban para la nómina ya no volvió a pensar en el dinero, es más lo detestó profundamente. Recordaba cada día la mirada enigmática y a la vez serena de aquel hombre que no volvió a pedirle nada durante la semana, mantuvo siempre sus educados buenos días antes de las ocho de la mañana y a la hora de marcharse a las dos y media, con su ABC debajo del brazo.

Llegó la nómina el sábado y ese fin de semana hizo un extraordinario, compró un paquete de Rex y se fue de discoteca con los amigos. El tabaco, el cubalibre y el baile apretado con aquella chica de Surbatán sirvieron para hacerle olvidar durante unos momentos la mirada del ventanillero y la de D. Eufrasio.

El lunes volvió al trabajo y el primero en llegar después de él fue D. Eufrasio, como de costumbre.

A las ocho y media sonó el timbre, entonces no tuvo que mirar al panel porque sólo estaba el número 1, fue al despacho directamente, era la primera vez que le llamaba después de la petición de ingreso de la semana pasada.

¿Se puede?

Si, pase, pase.

Le llamo para decirle que mi hijo me ha dicho que fue él quien cogió las mil pesetas, me las dio por la noche y por la mañana muy temprano se iba de viaje, se dio cuenta que llevaba poco dinero y las cogió. Volvió ayer que fue cuando le pregunté.

Crisanto se quedó en silencio y agradeció el gesto de decírselo, luego fue a contárselo al ventanillero que le dijo, vaya días que te han hecho pasar.

Sonrió y respondió; ni teniendo las 1.000 pesetas las habría puesto, lo que había era lo que había.