martes, 28 de octubre de 2014

La Saga de la Puente - Un chorizo en la Oficina - Idea de Alfonso Soria - Ilustra Jesús de la Puente

Abelardo ha visto hoy en la prensa un mapa de España cubierto de chorizos, una imagen que también ha recibido en su whatsapp procedente de varias amistades.

La memoria encadena asociaciones de ideas y le lleva a recordar su primer día de trabajo, un inicio de Octubre, en el Departamento de Jurídica.

Se sintió bien acogido, estaba nervioso y a la vez entusiasmado, el entorno de escaleras, claraboyas, vidrieras y la solemnidad de las mesas y legajos sobre ellas le producía una suerte de fascinación y con ese encantamiento fue conociendo a sus futuros compañeros, ordenanzas, secretarios y secretarias, letrados, con los que a partir de ese momento compartiría hábitat y a los que a prestaría sus servicios con el mayor interés y diligencia posible, envuelto en un entorno cuasi mágico de respeto y veneración.

No sabe ni cómo ni porqué aquel ambiente le recordaba esas películas de cine en blanco y negro, de investigación, de aquel Hollywood truculento de jueces, fiscales, abogados, testigos y acusados.

Mientras flotaba en aquella nube pasó a conjugar ese verbo que es vivir, mezclando los sentimientos más elevados con los más prosaicos y se fue a conocer mundo con un compañero más veterano que le descubrió una tienda de bocadillos que en su día existia en los bajos de la Plaza de Canalejas, propiedad de un tal Rogelio, que preparaba bocadillos de tortilla con pimientos, panceta, bonito con pimiento morrón etc., jamón, chorizo, chopped, mortadela de aceitunas, etc. 


En el local había un par de botas de vino situadas estratégicamente en el local, y era una ceremonia alzarlas a la altura de la cabeza apuntando el chorro hacia la boca mientras se presionaban. El son del murmullo del vino salpicando el gaznate embobaba a todos como las sirenas a los marineros del Ulises. Era preciso contenerse porque se podía beber a discreción y luego tocaba subir a trabajar sin trastabillarse en las escaleras ni arrastar las silabas al saludar a los jefes. ¿Qué habrá sido de la tienda de Rogelio?.

En su Departamento fue asimilando poco a poco las funciones que iba a desempeñar y así transcurrieron con normalidad sus primeras jornadas. El tiempo pasaba deprisa, equiparando la palabra normal a cerrar el día sin incidentes, sin nada que reseñar.

Entre sus funciones se encontraba la de ir a una panadería chiquitita con mucho encanto en la Calle del Pozo para comprar barritas de pan a los compañeros de Secretaría que luego harían sus bocadillos con el embutido o rellenos que habían traido desde sus casas.

Un buen día estaba sentado pensando en lo que le quedaba por hacer y de repente sintió algo extraño, una especie de presentimiento, no era el olor caracteristico que desprendían los grandes volumenes de leyes y causas jurídicas en la dependencias y despachos de la Asesoría. 


Miró hacia la puerta del archivo, que un día imagino casi un santuario, donde se guardaban los casos llenos de historias que con el tiempo se irían borrando, hasta que un día tuvo que ir a buscar un expediente y comprobó que era realmente como el resto de los archivos, como los trasteros de las casas, donde se guarda todo lo que cree uno que va a servir pero luego no se encuentra. Alguna carpeta tenía tanto polvo que parecían ser del año que se fundó la Entidad.

El recinto era un cuarto con un ventanuco que daba a un patio interior sin luz directa que también se utilizaba para guardar material diverso y como guardarropa.

Mientras volaba su imaginación su mirada fija detectó un humo ligero saliendo debajo de la puerta y un olor a quemado que se iba apoderando del pasillo. Se levantó rápidamente de la mesa y diligente abrió súbitamente para ver qué pasaba. Se encontró a sus compañeros envueltos en una especie de bruma, se dieron la vuelta hacia él y después de verlo volvieron a mirar hacia delante mientras quemaban en una papelera metálica algunas maderas y papel. Sobre el fuego, un chorizo ensartado en un pincho improvisado con una percha de alambre que destilaba gotas rojas y pringosas.

Abelardo se quedó tan estupefacto como atraído por la escena y sin pensarlo más se unió a la ceremonia.

Aquellos sonidos, aromas y sabores, ahora los contempla desde la atalaya de su retiro, con su corazon tranquilo y reconciliado con los tiempos que le toco vivir.

La foto de hoy le ha regalado el retorno a aquel tiempo especial y ha pensado que es injusto que esa palabra "CHORIZO",que tantas satisfacciones da, se utilice para nombrar a los corruptos.

En desagravio su memoria ha hecho el mejor de los monumentos a aquel chorizo humante en el archivo en forma de recuerdo agradable e imborrable.



La curiosidad le ha picado y ha vuelto al sitio entrañable de Rogelio encontrándolo detrás de unas rejas, los chorizos siguen fuera.

jueves, 16 de octubre de 2014

La Saga de la Puente - La venganza del sastre - Idea de Javier Lopez Buendía -Ilustra Jesús de la Puente

Sucedió en un lugar de la Mancha, corrían los 70 para nuestros amigos que formaban parte de la plantilla de la Oficina del pueblo, compuesta por un Director, un Cajero, un Ventanillero y cuatro botones entre 14 y 16 años, de complexiones distintas y estaturas entre el metro y medio y los dos metros.

Los cuatro realizaban tareas administrativas con la espontaneidad, buena fe y atrevimiento fruto de esa mezcla que produce la bisoñez y la juventud.

No pasaba día que no se produjeran algarabías, trastadas y a veces enredos de consideración que se iban solventando por la buena disposición de todos.
 
Eran capaces tanto de autorizar un descubierto en cuenta de consideración, sin que les temblara la mano bien porque el cliente era de mucha confianza (un familiar) o porque le conocían de toda la vida y era buena gente, como de dejar de llevar al protesto un efecto financiero impagado porque era de su vecino, con la consecuencia de perder la acción ejecutiva en caso de ser impagado y llevarse a los tribunales.

Hacían una interpretación libre de la profesión cuando lo juzgaban conveniente, sin mediar consulta a los jefes ¿Para que se iban a enterar y menos el Director?, se sentían con fuerzas y pensaban que dominaban todas las suertes.
 
Como exponente de soltura en su desempeño, el botones de más edad y corpulencia, no el más alto, pero si el más orondo y fuerte, se ocupaba de ir a cobrar las letras por el pueblo. Tarea que organizó a la medida de su buen saber y entender, con paradas obligadas para "desayunar" en su casa, donde su madre preparabas las viandas (dos buenos huevos fritos con pimientos, chorizo o chacina similar y una botella de cerveza), para que su “chico” siguiera recio y no perdería peso como consecuencia del esfuerzo que realizaba. 
 
El itinerario consistía en hacer una primera ronda por los domicilios, donde para su comodidad resolvía hacer más sencillo el viaje dejando las letras de cambio a los clientes deudores para que pudieran comprobar si debían pagarlas, en lugar de confeccionar in situ un aviso de cobro (como estaba establecido) y quedarse con el documento original. Así no se entretenía y ganaba tiempo para parar en su casa a "almorzar". Cuando concluía la colación hacía el recorrido a la inversa para que le pagasen las letras o se las devolviesen. 
 
Uno de esos clientes fue un sastre con muchas bocas que alimentar, el pobre hombre estaba a la cuarta pregunta. En una ocasion, cuando vio el paquete de letras en su mano que, como casi siempre, no podía pagar, se sintió tentado a quedarse con unas pocas para ver que pasaba, naturalmente guardó un silencio sepulcral.

En los controles contables de la Oficina se detectó que el saldo de la cuenta de cartera no coincidía con las existencias y trás un mes de búsqueda se averiguó que efectos componían la diferencia y tras otros tres meses adicionales se logró que cada acreedor enviase una segunda letra de cambio, para poder demostrar al sastre que, en el mejor de los casos, los documentos se habían extraviado y no los había pagado. 

Por aquel entonces, antes de cada temporada de verano e invierno la Jefatura de Personal de Madrid tenía establecido enviar a las Oficinas tejido para los uniformes de sus Botones y un par de zapatos Segarra para cada uno.

Aprovechando la oportunidad que brindaba el momento, se encontró una solución para resolver el problema de la cartera encargando al sastre deudor que confeccionara los uniformes de los cuatro  para que con su trabajo pudiera saldar la deuda. 
 
El sastre percibía que el corazón del pueblo ahora era el boca a boca y notaba los latidos de las miradas furtivas detrás de los visillos, ojos que miraban de arriba abajo con una sonrisa mientras se cruzaban dando los Buenos Dias, o las Buenas tardes. Tenía la certeza de que todo el mundo conocia la historia del "extravío" y que sería la comidilla del pueblo, lo que le disgustaba sobremanera. 

Llegó su turno, tomó medidas a los Botones y en el plazo de un mes estuvieron listos los uniformes.

Todo fue según lo previsto habiendo quedado regularizada la deuda y corregida la mala práctica de la entrega de los originales, pero nada es perfecto. 

Cuando llegó el invierno, mes y medio después, los muchachos se probaron los uniformes y cuando se vieron juntos se quedaron perplejos, las cuatro guerreras tenían el mismo largo, los ojales y los botones a la misma distancia desde el cuello, la del más bajito le llegaba casi a la rodilla y el último botón por debajo de la bragueta,  al más alto le quedaba corta de solemnidad y el último botón cuatro dedos por encima del ombligo y a nuestro amigo el orondo huelga comentar. 

Los uniformes no tuvieron remedio aquel invierno y los Botones los lucieron lo mejor que supieron, la Sucursal se convirtió en un lugar de peregrinación para los vecinos del pueblo que no podían contener la risa cuando veían juntos a los cuatro mozalbetes exhibiendo sus atuendos tan destartalados como nuevos y relucientes.

El pueblo recuperó su ambiente festivo y en las calles los murmullos y miradas de reprobación se tornaron sonrisas, mientras todo el mundo se preguntaba ¿Que pasará con los proximos uniformes?


miércoles, 15 de octubre de 2014

La Saga de la Puente - El dia despues – Expediente X - Idea de Eduardo Gotor - Ilustra Jesús de la Puente

Crisanto abrió la cartera y se le heló la sangre al verla vacía. Su segundo día había sido mejor hasta ese momento, ahora el caos se había apropiado de el.

Era tal y como contaba el libro de Historia Sagrada:
 “En el principio creó Dios los cielos y la Tierra, Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espiritu de Diós se movía sobre la faz de las aguas”.
Sólo ese Espiritu podía sacarle del apuro.

Hizo memoria y recordó como el día anterior el Interventor que le condujo hacía la Oficina se había ofrecido amablemente a hacerle un Expediente, algo que le sonó fatal y que le hizo volver a casa acongojado.

Esa misma mañana le habían ordenado llevar la Cámara a la Oficina Principal, ¿Cámara?, ¿Qué Cámara?. Resultó ser una cartera de cuero grande, cerrada, con dos hebillas y un asa gastada por las manos de sus antecesores.

Había atravesado las arterias principales de la ciudad sintiendo que todo era distinto en la calle a esa hora de la mañana de un día laborable, incluso la gente le parecía distinta

Llegó a la Oficina principal, subió las escaleras y encontró el Negociado de Cámara, abrió la cartera y estaba vacía. Un vacio con color y sabor a caos, como el del Génesis.

El apoderado le miró por encima de las gafas de cerca y le dijo ¿Qué te pasa?

Fue incapaz de contestar, se quedó mudo y pálido, paralizado. Se encomendó a Dios.

Se hizo un silencio y sintió que las miradas de todos los empleados que estaban alrededor se clavaban en su espalda.

Antes de que pudiera decir nada, apareció el Espiritu que esperaba, en forma del otro Botones de su Oficina que irrumpió rojo y agitado en la planta gritando, aquí, aquí está la Cámara de la Oficina de la Oca.

Una vez hecha la entrega, le dijo en voz baja:
He tenido que venir a todo correr en un taxi, el Sr. Martinez ha dicho que te va a matar. 

El pobre Crisanto, por segundo día consecutivo, se adentró en la boca del metro para volver a su casa y mientras bajaba notó que los escalones se emborronaban con sus lágrimas. 





Agradecimientos a Eduardo por la idea y a Jesús por la ilustración

domingo, 12 de octubre de 2014

La Saga de la Puente - Una entrada inesperada - Idea de Eduardo Gotor - Ilustra Jesús de la Puente

Miraba fijamente a la puerta de la Sucursal y se preguntaba por qué seguía cerrada a esa hora, alguien se lo había dicho mal o el no lo había entendido.
Los días del Colegio quedaron atrás, había pasado la prueba de cultura general, el dictado, el test psicotécnico, la suma, la resta, la multiplicación, la división. Había entregado el permiso paterno, el certificado facultativo asegurando que estaba vacunado contra la viruela y que no padecía enfermedad contagiosa o infecciosa y que los trabajos a los que se iba a dedicar no eran superiores a sus fuerzas. Había firmado el preceptivo documento dirigido al Sr. Jefe de Personal en el que consideraba un honor haber entrado a formar parte de la plantilla del Banco y por eso se comprometía a obrar siempre en el Banco con aquel concepto no sólo en lo que se refería a sus obligaciones laborales sino a realizar el trabajo con toda seriedad, traducida incluso en la forma de vestir en general, que habría de ser austera, sin extravagancias ni exageraciones, así como también en lo referente a el aseo personal que se ceñiría a las mismas normas de exquisita corrección.
La noche anterior había sido larga, sueños de momentos en la niñez y expectativas, imaginaciones de lo que el día siguiente depararía. Vueltas de un lado a otro, un duermevela en el que la obsesión de no despertarse a tiempo le asaltaba, miraba de reojo al gran despertador que señalaba las horas con sus manilla fosforecentes.
Antes de que sonara el despertador ya había encendido la luz, allí estaban sobre la silla los pantalones, la camiseta, la camisa, los calcetines, los calzoncillos, el jersey, en fin la muda entera. Era de noche y pronto aparecieron los padres, la madre preparó el café con leche y puso pan a calentar, pero solo tomó unos sorbos, los nervios le recorrían la tripa. Todavía quedaba el metro, y la incógnita de quién lo recibiría.
La puerta sonó tras ponerse el gabán y tras de sí su madre, gritando el bocadillo, el bocadillo de tortilla. Retrocedió, lo recogió y sintió la pringue del papel de periódico que recubría el papel marrón de la panaderia.
Su primera prueba fue defenderse de los empujones dentro del vagón del metro, donde tuvo que improvisar dotes de artista de circo para no mancharse él ni untar a los compañeros de vagón.
Por fin vio las primeras luces del día otoñal y se dispuso a cruzar la plaza, enfrente estaba la Oficina, majestuosa, con su letrero que ya se veía a lo lejos. Se acercó lentamente hasta llegar a la puerta, eran las siete y cuarto y no se veía movimiento adentro.
El tiempo se le hizo eterno dando vueltas por el barrio hasta las ocho menos diez, entonces se quedó de pie mirando fijamente la fachada para ver si comenzaban a entrar los compañeros.
La luz comenzó a iluminar la plaza pasadas las ocho y en su desconcierto sentía con desasosiego como su mano izquierda se iba haciendo más y más grasienta.
Decidió comerse el bocadillo, se sentó en un banco, fue desenvolviéndolo con cuidado para no mancharse más las manos ni la ropa, finalmente hincó el diente sobre el pan esponjoso que rezumaba restos de aceite y tortilla. En ese momento vio abrirse la puerta de la Oficina. Un Señor con corbata se dirigía hacia él con paso firme y rápido, se le hizo una bola en el gaznate.
¿Eres el nuevo botones?
Si.
Te estoy viendo desde la ventana desde las ocho menos diez, son casi las nueve. ¿A que estas esperando para entrar? Y para colmo te pones aquí a comerte el bocadillo delante de toda la Sucursal que te está mirando.
Es que no veía entrar a nadie.
Claro. La puerta de entrada para los empleados está por detrás del edificio. Venga para dentro artista.

Basado en una idea de Eduardo con Ilustaciones de Jesús, excelentes amigos y compañeros. Dedicado a Gabi y a todos los que todavía recuerdan su primer día como botones.

domingo, 5 de octubre de 2014

Confusiones

El sonido de algo extraño hizo que la cabeza de Hipólito viajara inmediatamente hacia la imagen de la calavera que se movía de forma errática sobre el césped que rodeaba las tumbas del patio de entrada del cementerio.

Aquella historia que le contaron se le quedó grabada para siempre.

Hacía mucho tiempo que la ruta de su ronda no contaba con aquel edificio apartado, sobrio y con dos accesos, serio, adusto, austero, poco atractivo para un delincuente habitual, además ¿Quien podría tener interés en un sitio que solo albergaba papeles, aunque fueran financieros y muy solemnes?. Ese atisbo de voz lejana provenía de allí.

Comenzaba el verano y los grillos y chicharras camuflados entre los pinos rodeaban todo con sus sonidos y amortiguaban el resto de ecos, pero parecía una voz humana.

Recordó aquellas guardias de la mili, noches de lluvia en las que todo parecía un enemigo, el eco de las gotas de agua sobre las hojas secas del otoño, el zumbido del viento, la tronera de la garita y la obscuridad que sola fabricaba enemigos a la medida de la imaginación, el sabor recio del trago de aquello que se llamaba coñac, antes de salir del cuerpo de guardia.

La puerta principal de la casa del conserje del cementerio lindaba con la carretera que venía del pueblo- Detrás, con salida por la cocina, otra puerta con un cerrojo se comunicaba con el campo santo. Diariamente, antes de dormir se aseguraba que las dos estaban cerradas, Esa noche oyó un ruido, se asomó por la ventana pero no vio nada, notaba un toc toc insistente y hueco tocando en la parte inferior de puerta. Abrió y se quedó petrificado, el ruido lo producía una calavera que al empujarla con la hoja de la puerta salió corriendo haciendo eses por la hierba. Se adentró unos pasos en el patio siguiendola con la mirada y de repente un sudor frío le invadió la frente y el labio superior, sintió nauseas y vómitos. Se volvió para regresar a la estancia sintiendo una opresión en el pecho mientras escuchaba tras de sí un golpe hueco en una tumba, se ahogaba, aún así giró la cabeza y apenas tuvo tiempo de observar como el craneo se había puesto del revés al chocar con una cruz de marmol frio, mientras de debajo salía una rata que confundida, desapareció rápidamente.

Hipólito se acercaba al sitio de donde provenía la voz mientras evocaba esos recuerdos. Se detuvo y de nuevo emergió una voz gastada, casi afónica, de ultratumba, ininteligible, después silencio y de nuevo los mismos rumores del pinar.

Dirigió sus pasos hacia el edificio rodeado por los arboles en la mas absoluta oscuridad, ni una bombilla, solo su linterna. Procuraba caminar sin hacer ruido para poder escuchar mejor la voz que ahora permanecía en silencio.

El rayo de luz fue recorriendo lentamente las paredes de abajo arriba, de arriba abajo y a los lados, sin que nada ni nadie apareciese.

Se quedó pensativo y expectante, retrocedió para marcharse cuando ya pudo oír con mas claridad un Socooorrooo lánguido, exangüe, aniquilado. Echó a correr y dio la vuelta a la fachada y gritó "Quien vive"

Aquí, aquí, la voz venía de una ventana del primer piso, la luz de la linterna apuntó a unas manos que se movían desesperadamente. Aquí, aquí..

¿ Que pasa .?

Me he quedado encerrado.

¿ Como es eso ?

Bueno es que los sábados preparamos algo de picoteo con un poco de vino, a la vuelta me ha entrado sueño y me he quedado dormido en la camareta. Cuando he despertado ya estaba anocheciendo y no había nadie, no hay luz, ni agua porque se cortan para evitar accidentes y por mucho que he gritado
nadie me oía y la centralita del teléfono también está desconectada, menos mal que ha llegado Usted.

Veré que puedo hacer porque yo no tengo las llaves, y a estas horas de la madrugada no es cuestión de ir despertando a nadie, aquí le dejo mi bocadillo.Veo un botijo dos ventanas mas allá, compruebe si está lleno.

El cautivo empinó el botijo y al sentir el chorro de agua supo que podía estar mas tranquilo, después de un mordisco al bocadillo, el sabor a aceitunas de la mortadela le trajo recuerdos.

En el fondo de la nave, mientras tanto, una rata movía su hocico mientras olfateaba una pila de papeles.