miércoles, 17 de diciembre de 2014

Feliz Navidad y Próspero 2015

Un año más llega la fiesta de Navidad y el Año Nuevo, son momentos de enviar felicitaciones a todas las personas que quiero y aprecio, entre la que te encuentras.

Mirando atrás, recuerdo la anécdota más simpática de este año que le ocurrió a mi amigo Jose Luis en la Oficina del Peregrino en Santiago de Compostela, al final del camino, donde le dijeron, en plan de broma, que le compulsaban, tantas etapas que había hecho, si cantaba la canción de la cabritiña. El no la sabía pero acabó tarareandola con dos empleadas del recinto a las que pidió ayuda, sin saber exactamente que significaba, todo ello ante el asombro de los peregrinos que esperaban turno para conseguir su certificado y el de un caminante portugués que le tradujo algo. Aquello acabó en carcajadas y una ovación.

Jesús y yo, compañeros de viaje, supimos de la broma y entendimos la algarabía que provocó cuando la escuchamos y leimos sus subtitulos en You Tube, aquí la puedes ver.

https://www.youtube.com/watch?v=rOJsgdNj5pU

Ahora hablemos de futuro. Este año propongo que a las cartas habituales añadas una nota más  donde escribas un deseo que quieras realizar en el año 2015. Ojalá que lo consigas, pero si no lo haces, que no sea por no perseguirlo.

Lo importante es el camino, espero que nos sigamos viendo en él.
Feliz Navidad y Año 2015

Os deseamos lo mejor, Jesús, Eduardo, Fernando, Alfonso, Javier, Vicente.




viernes, 5 de diciembre de 2014

La Saga de la Puente - La cabalgata de los Reyes Magos (Idea Rodrigo Martos - Ilustra Jesús de la Puente)

Se acercaba el fin de mes y había que calcular lo que quedaba en el bolsillo y en la cuenta para no tener que pedir un anticipo, esperaba cobrar pronto.

El reparto de la nómina recordaba a la cabalgata de los Reyes Magos, la encabezaba el Sr. Cajero en el papel de Rey Mago, en cierto modo se parecía a Melchor con su pelo blanco y sus buenos modos, le acompañaban un par de pajes que portaban un cajetín donde iban los sobres con el dinero y otro con los extractos de la nómina y los retirés.

Llegaban a su mesa o a alguna cercana y todos se íban aproximando para retirar el sobre y firmar. Siempre decían, contadlo, contadlo.

Hacia cuentas con lo que tenía que pagar en la pensión, con las 5 pesetas del billete de metro de ida y vuelta y algún pequeño gasto más. A pesar de los cálculos las 3.000 ptas. daban para lo que daban.

Mientras Crisanto hacía números y números sonó el timbre que había en la pared al lado de su mesa.

Miró al panel y vio el número 1., era el de D. Eufrasio, el Director más veterano con unos setenta años a su espalda que apenas salía de su despacho que siempre permanecía con la puerta cerrada.   

Pulsó el botón para que el número bajara y se dirigió a la puerta, tocó con los nudillos, toc, toc.

Adelante, adelante, pase

Buenos días Crisanto,

Buenos días D. Eufrasio

Mire le agradecería que ingresara este dinero en la cuenta de mi hijo en la Sucursal.

Sí Señor.

Recogió el dinero, el impreso de ingreso que ya venía cumplimentado y  se dirigió a la Sucursal con un paso rápido porque no podía ausentarse mucho tiempo de la recepción.

Esperó a que una ventanilla se quedara libre, eligió la fila más corta y esperó turno detrás de una Señora que no paraba de hablar al empleado. Por fin le tocó a él.

El ventanillero contó dos veces el fajo de billetes de 1.000 pesetas, había 49 cuarenta y nueve y en el impreso constaban 50, si, cincuenta mil pesetas, de las de entonces.

Mira, faltan 1.000 pesetas ¿Qué hacemos?

El corazón le subió por la garganta y como un relámpago contestó:

Ingrese Usted lo que viene y rectifique el impreso, o lo rectifico yo.

Es mejor que lo hagas tú.

Crisanto tachó cincuenta mil y puso cuarenta y nueve mil y luego hizo lo mismo con los números.

En ese minuto le pasaron mil cosas por la cabeza, si hacía bien, si hacía mal, si el billete se le habría caído, que pensaría el Director, sólo estaba seguro de una cosa, él no se lo había quedado y que ese importe eran diez días de su trabajo, 200 billetes de metro de ida y vuelta.

Volvió deprisa y antes de volverse a sentar llamó otra vez a la puerta de D. Eufrasio,

 ¿Se puede?

Adelante Crisanto, adelante

Aquí le traigo el resguardo del ingreso, es por 49.000 pesetas, es lo que había.

D. Eufrasio miró el resguardo y luego a él diciéndole, “Bueno, gracias.”

El resto del día y los tres posteriores que faltaban para la nómina ya no volvió a pensar en el dinero, es más lo detestó profundamente. Recordaba cada día la mirada enigmática y a la vez serena de aquel hombre que no volvió a pedirle nada durante la semana, mantuvo siempre sus educados buenos días antes de las ocho de la mañana y a la hora de marcharse a las dos y media, con su ABC debajo del brazo.

Llegó la nómina el sábado y ese fin de semana hizo un extraordinario, compró un paquete de Rex y se fue de discoteca con los amigos. El tabaco, el cubalibre y el baile apretado con aquella chica de Surbatán sirvieron para hacerle olvidar durante unos momentos la mirada del ventanillero y la de D. Eufrasio.

El lunes volvió al trabajo y el primero en llegar después de él fue D. Eufrasio, como de costumbre.

A las ocho y media sonó el timbre, entonces no tuvo que mirar al panel porque sólo estaba el número 1, fue al despacho directamente, era la primera vez que le llamaba después de la petición de ingreso de la semana pasada.

¿Se puede?

Si, pase, pase.

Le llamo para decirle que mi hijo me ha dicho que fue él quien cogió las mil pesetas, me las dio por la noche y por la mañana muy temprano se iba de viaje, se dio cuenta que llevaba poco dinero y las cogió. Volvió ayer que fue cuando le pregunté.

Crisanto se quedó en silencio y agradeció el gesto de decírselo, luego fue a contárselo al ventanillero que le dijo, vaya días que te han hecho pasar.

Sonrió y respondió; ni teniendo las 1.000 pesetas las habría puesto, lo que había era lo que había.
 







jueves, 27 de noviembre de 2014

La Saga de la Puente - Cartas y setas - Idea de Eduardo Gotor - Ilustra Jesús de la Puente

Los primeros pasos, o tropiezos, según lo que el lector considere, llevaron a Crisanto al Departamento de Secretaría Administrativa donde permaneció en espera de destino, hasta que un buen día le comunicaron que se incorporaba a la Conserjería del Banco.

Volvieron a surgir las cábalas, aparecieron las suposiciones mezcladas con los deseos, las dudas, el temor y la ilusión que acarrea todo cambio. En poco tiempo había pasado de comer un bocadillo en el parque a tropezar con el filo del hueco del ascensor. ¿ Cual sería la historia que le esperaba?

Esa mañana caminó bajo la lluvia suave del otoño empujando con los zapatos las hojas de otoño que cubrían el suelo de los parques y las calles. Finalmente se presentó  en su nuevo destino donde lo recibió D. Celedonio, conserje mayor de la época, gestor de todo el personal subalterno de la Oficina Principal con fama de duro y gruñón, pero querido por todos.

Las diferentes misiones que se desarrollaban se dividían en dos; sustituir a los compañeros que estaban de vacaciones o enfermos o bien repartir cartas, en rutas ya previamente diseñadas por D. Celedonio.

Crisanto fue designado durante unos días, al reparto de correspondencia, a la llamada ruta de José Antonio (Calle Gran Vía y aledaños). Las cartas siempre eran para los mismos destinatarios, y estaban ordenadas de más cercanos  a más lejanos. Finalmente, cuando le daban el lote de cartas a repartir D. Celedonio decía  " y como esto te pilla al lado, y como esto también…", todo concluía en que se empezaba en Alcalá 14 y se terminaba indefectiblemente, cerca de la carretera de la Coruña.

En los primeros días, con ánimos pedagógicos, le fue asignado como maestro y acompañante un ordenanza veterano que atendía al nombre de Marcelino, hombre bonachón,  grandote y colorado como un tomate.

La ruta siempre comenzaba bien. Crisanto iba dejando las diferentes cartas por las calles Peligros, Gran Vía, etc, observado atentamente por su mentor, quien a cada entrega asentía, con un movimiento de cabeza. Al girar por la calle San Bernardo la entrega seguía su curso con normalidad, pero ¡ay!, al llegar a la calle de la Palma, llena de bodeguillas y tabernas; Marcelino se empeñaba en entrar en cada una de ellas a comprobar en cual escanciaban el mejor vermouth y como fin de fiesta, al llegar a un determinado portal le decía a Crisanto que esperará allí un ratito, que tenía que comerse una seta.

Crisanto obedecía y se quedaba esperando con las cartas pendientes de entrega, mientras aburrido observaba que en ese portal había un continuo trasiego de mujeres (sin duda las vendedoras), así como una multitud de hombres que debían compartir las mismas aficiones micológicas de Marcelino.

Tanscurridos, tres cuartos de hora, Marcelino emergía del portal contento y despejado y entre los dos el reparto pendiente finalizaba entre risas y una letanía de chascarrillos.

Crisanto cuando llegaba a casa comentaba los detalles del día a su padre que se iba inquietando hasta que finalmente concluía la conversación de forma abrupta diciendo “hijo mío repartiras muy bien las cartas, pero no te enteras de nada y sobre todo, nunca, ¿me entiendes?, nunca, subas a probar las setas”.

Crisanto a sus 15 años, nunca entendió porque su padre tenía esa aversión a las setas , cuando tanto le gustaban los champiñones al ajillo.


jueves, 20 de noviembre de 2014

La Saga de la Puente - La caldera - Idea de Fernando de la Cruz - Ilustra Jesús de la Puente

Corría el año 71 del siglo pasado. 

La Oficina estaba situada en la plaza mayor del pueblo, era un edificio de dos plantas. La planta baja tenía cuatro ventanales por donde entraba un sol de justicia en verano. El calor era mitigado con ventiladores que  hacían volar los papeles que no se habían fijado a las mesas con ceniceros o maquinas de grapar. En invierno, los rayos de sol no evitaban un frío de espanto que remediaba "la Moderna, una caldera de carbón y leña. 

En la planta superior se encontraba la vivienda del Director, hasta que su estado calamitoso la convirtió en archivo. 

Colindante con la oficina se encontraba el portal de acceso a la vivienda superior. Allí, debajo de la escalera estaba situada una máquina negra de hierro fundido, la caldera de la calefacción, y junto a ella un espacio para almacenar carbón y algo de leña. 

En cualquier estación del año conseguir la temperatura idónea para cada uno de los once empleados de la sucursal era una batalla desigual para Crisanto, una lucha contra los elementos, sin termostato. 

En verano se enchufaban los ventiladores, se les daba más o menos potencia, se orientaban, pero ¿ En invierno que?... La cuestión era encender o no encender la calefacción.. 

Con o sin reunión para ver decir quien encendía la calefacción en los días de invierno, Crisanto tenía todas las papeletas El Director echó una mano, la verdad, y sentenció…”los martes, miércoles, jueves, viernes y sábados que la encienda la Señora de la limpieza…”, que iba todos los días a limpiar a las siete de la mañana y era empleada del Banco, entonces no había eso de las empresas externas“… los lunes el botones…”, pues la buena mujer limpiaba los sábados por la tarde para no madrugar el inicio de semana. 

Así que Crisanto se encontró aquellos "lunes con sol o sin sol pero.... a la caldera

La maniobra de encenderla para un chaval de 15 años era ardua, teniendo en cuenta que era la primera vez que mantenía contacto con esas máquinas modernas, hechas en alguna fundición del norte. En el pueblo similares artefactos escaseaban, quizás una en el Ayuntamiento, otra en las escuelas, en la oficina de correos y en el despacho parroquial. 

Llegó el inicio de temporada invernal y con ellas las primeras instrucciones para el cometido asignado:

Primero limpia la caldera de cenizas anteriores, luego echa unos cuantos papeles, unas pocas maderas finas, más papeles y bolas de carbón, que ya había suministrado el carbonero de la zona. Si se alcanza una temperatura alta y suena, hay que abrir la escotillaY no te manches mucho el uniforme.

Los papeles eran sobres usados, algún que otro periódico deportivo, de la suscripción de la oficina o de las papeleras, las maderas traídas de un taller de carpintería, cliente del banco, por supuesto, y el carbón de bola, más negro que eso.

El Director, despidiéndose el sábado lo miró diciendo: el lunes acuérdate, tienes que encender la calefacción.

El domingo por la noche adelantó una hora el despertador de cuerda de su mesilla, no podía fallar. En casa le decían que tenia que hacer las cosas bien, que tenia que ser el mejor, que así llegaría lejos.

En su cabeza no cabía que una las funciones que tenia que hacer donde trabajaba, el primer Banco del país, fuera ir a comprar los bocadillos del resto del personal, llenar el botijo de agua de la fuente de la plaza, encender la calefacción él que estaba ya en quinto de bachiller.

Llegaron las  siete y media de la mañana del lunes.

¿Dónde estaban los periódicos y los papeles para encender la calefacción? El sábado, la Señora de la limpieza había dejado la oficina limpia como una patena.

Imaginación para resolver el problema, usar unos cuantos formularios de varios modelos 74, 129, 200, 201, 133,  enteros con sus papeles de calco y todo, ya se haría el pedido de material y se repondrían. Algunos de ellos tenían cinco o seis copias con su papel carbón correspondiente.

¡Al ataque!, primero los formularios y luego unas tablillas finas para que prendan bien, cerilla a los formularios y ya está. Pues no. Llamita corta y mucho humo. ¡Joooo!.. esto no prende, más formularios y algún sobre. Nada, poca llama y mucho humo, mucho humo, mucho humo.s.p.m.

En lo alto de la escalera el humo se filtra por la puerta de la vivienda del director. De pronto una voz  “¡que pasa, que nos vas a asfixiar!..”… baja el director pero ¿que haces???.. Pues que no enciende…”has metido papeles???.. .. Si, bueno y algún formulario “¡No jodas, de ahí el humo!... Los calcos no encienden, no se queman,  solo hacen humo y más humo…”

La señora del Director, en bata hasta los pies, y las niñas por la escalera bajaban mientras  el humo subía.

Crisanto no sabía que hacer, para él sólo había una cosa buena, ese día las niñas no llegarían tarde al Colegio. Mientras tanto el Director se puso a sacar los formularios medio quemados de la caldera mientras maldecía de mil maneras.

En pocos minutos (horas para alguno) todo volvió a la normalidad, cuando fueron llegando los compañeros algunos echaron una mano. Aquel lunes hasta las once de la mañana no se notó el calor en la Oficina.

Ese lunes Crisanto fue más diligente que otros días para ir a comprar los bocadillos, los botellines, llenar de agua de la fuente de la plaza el botijo o meterse en el pequeño archivo a poner al día el libro copiador de cartas y apretar la prensa con todas sus fuerzas para rebajar la tensión, todo antes de estar a la vista, sobre todo de su Director.

De la mujer del Director, mejor callar.

Fueron pocos lunes los que volvió a encender la calefacción. A veces hacer las cosas mal tiene recompensa. 




La puerta de acceso a la escalera y vivienda del Director esta a la izquierda y no sale en la foto. La puerta de la derecha era el pequeño archivo.
Sobre la puerta y ventanas las letras de BANCO ESPAÑOL DE CREDITO S.A. 


lunes, 10 de noviembre de 2014

La Saga de la Puente - El ascensor - Idea de Eduardo Gotor - Ilustra Jesús de la Puente

Era el día esperado, todo estaba pensado, había cuidado hasta los más mínimos detalles.

Crisanto, mientras rebobinaba el hilo de cada movimiento que tenía que hacer, se preguntaba por qué su jefe D. Celedonio había depositado tanta fé en él y le asignaba la misión más delicada del equipo.

Le atormentaba la pesadilla de la noche anterior que lo hizo despertarse en el momento en que el Director tropezaba y se caía de bruces al salir del ascensor. Se quedó inmóvil, no sabía que hacer ni que decir, salvo intentar socorrerlo y levantarlo. Los ensayos repetidos de la semana pasada no habían servido para nada.

La secuencia era siempre la misma en boca de D. Celedonio:

Primero.- Asegura que nadie coge el ascensor después de las nueve menos cuarto aunque D. Belarmino llega a las nueve en punto se puede adelantar y se produciría un conflicto si coincide con alguien. Si viene otra persona,  no te pongas nervioso, abre la puerta y di que está reservado para el Director que está llegando.

Segundo.- Cuando veas aparecer al Jefe dale los Buenos días, le abres la puerta, lo dejas pasar, entras, luego cierras la puerta interior y pulsas el botón de la primera planta.

Tercero.- Al llegar a la primera planta abres, con cuidado, la puerta interior y luego la exterior. Asegura que estás al ras de suelo, entonces sales tú primero, mantienes la hoja de la puerta exterior sujeta con la mano y la otra pegada al cuerpo. Cuando se marche D. Belarmino le dices:

Que tenga Vd. un buen día.

D. Celedonio le arengaba recordandole que era el representante de todo un equipo, que tenia que cuidar su imagen, estar bien peinado, con la guerrera limpia, los botones abrochados y brillantes, los zapatos relucientes. Somos el espiritu de la Oficina Principal de la capital de provincia.

Crisanto debutaba, estaba expectante, miraba hacia las escaleras que daban a la puerta por donde aparecería el Director.

Le vio llegar con paso diligente, firme, seguro, ataviado con su traje azul marino recién planchado, impoluto que completaba con el resto de detalles, corbata, gemelos, reloj de cadena. Su semblante era serio y al mismo tiempo correcto, dió los Buenos días un par de veces hasta llegar al ascensor.

Crisanto puso en marcha el protocolo.

Primero dió los Buenos días que fueron contestados con otros Buenos días. Luego abrió la puerta y cedió el paso. Don Belarmino se acomodó en el fondo del ascensor mirando de frente a la puerta y de reojo al nuevo Botones que la vió cerrarse. Transcurrieron unos segundos, todo quedó en silencio, hasta que el Director lo rompió diciendo en voz baja y contenida:

Si cierra Usted la puerta de dentro, algún día subiremos.

No podía creer que se hubiera olvidado de cerrar la puerta interior. Su corazón se aceleró y comenzó el torbellino de ideas a mil por hora,,,, Ahora, pensaba el atribulado Crisanto, cuando lleguemos ¿Le tengo que dejar pasar? ¿Cómo lo hago en un espacio tan estrecho? ¿Paso yo primero y le espero?. Volvieron a su frente los sudores terribles de la duda y la inseguridad, mientras el trayecto a la primera planta se hacía interminable. Entre tanto dilema, sólo tenía claro que no podía fallar más.

Abrió precipitadamente la puerta interior, unas milésimas de segundo antes de que el ascensor llegara a su destino, sin reparar que había quedado un escalón entre el piso del ascensor y el de la planta. Luego, al empujar la puerta acristalada exterior tropezó, cayendo de bruces en el suelo, eso sí evitando con su mano izquierda que se cerrara.

Cuando se recuperó del aturdimiento y se levantó D. Belarmino ya había desaparecido y no le quedó tiempo para finalizar el protocolo y desearle un buen día, tal y como estaba previsto. Pensó que diría y qué pensaría de él, ahora tenía que contárselo a su mentor.

El mundo de Crisanto entró en la frontera de las tinieblas que provocan las sensaciones angustiantes y pensó que toda la Oficina conocería la escena aún sin haberla presenciado. La pesadilla del día anterior la había sustituido esta realidad.

Cuando lo explicó a D. Celedonio éste ya conocía el suceso y sonrió diciendo; no te preocupes ya me lo han contado. Recuerda que lo peor no es lo que te ha pasado, lo peor es que no le veas la parte buena y sepas reírte de la situación. Hoy te has hecho famoso, eso no está al alcance de todos.

Siempre tuvo presente que en los subes y bajas de la vida es preciso conservar el buen humor.

Ahi empezó el ascenso meteórico de Crisanto.





viernes, 7 de noviembre de 2014

La Saga de la Puente - Remesa de fondos con resaca - Idea de Javier Lopez Buendía - Ilustra Jesús de la Puente

Si algo se espera en los pueblos con verdadero entusiasmo son las ferias y fiestas patronales de final del verano que duraban una semana. Los jóvenes de los años 70 estaban medio año ahorrando para poder permitirse las cañitas con gambas en el ferial, los festejos taurinos, las sesiones de discoteca y como no las copas con los amigos hasta las 5 ó las 6 de la mañana.

En la plantilla del Banco esto no era distinto, pues participaban y disfrutaban de lo lindo en los festejos. En la oficina, como es natural, el primer día era festivo total y se cerraba sin que fuese necesario ir después de la misa como era costumbre algunos domingos. Los días siguientes se abría hasta la una, pero se "trabajaba" dependiendo del estado "anímico" de la persona y criterio del director.

La verdad es que el Director era un tipo peculiar por su aspecto (bajito, regordete, un poco barrigudo, calvo y con sombrerBorsalino)su forma de dirigir la plantilla al estilo más rancio y su pertinaz obsesión por hacer viajes de remesas de fondos al Banco de España para remediar los excesos de encaje de la Oficina.

Los recorridos se hacían en seiscientos que hacía las veces de blindado, con el director al volante, armado con un pistolón bajo el sobaco y la comitiva la completaba un guardaespaldas que era el botones más joven y bajito que podía acoplarse sin problemas en el asiento de detrás del conductor.

Como era previsible, realizó el dichoso viaje de remesa de fondos en plena feria, el segundo día de fiesta, y como no podía ser de otra forma el "guardaespaldas" llegó tarde a trabajar sin haber dormido en toda la noche, así que en cuanto cuando se metió en el coche se durmió como un angelito y se despertó al llegar a la puerta del Banco de España.

La rutina del viaje, una vez ingresado el efectivo consistía  en ir a la Oficina Principal del Banco, recoger las bolsa moneda fraccionaria (100/ 200.000 pesetas en monedas de 1, 5, y 10 duros), cargarlas en el coche y de vuelta al pueblo.

En aquella ocasión el protocolo se alteró y el Director, una vez recogida las monedas, dijo al Botones:

Quédate aquí con la calderilla que voy a hacer una gestión y en un rato vuelvo.

Transcurrida media hora apareció el Jefe y guardaron las monedas en el maletero del coche. El botones volvió a ocupar su asiento en el seiscientos y el director el suyo poniendo rumbo al pueblo.

Con el silencio del viaje y el calorcito del mediodía, el chiquillo se volvió a quedar dormido, despertando con el frenazo de llegada a las puertas del Banco. Una vez aparcado el vehículo, el jovenzuelo cogió los saquitos de las monedas y entró con ellas a la Oficina.

No habían transcurrido ni tres minutos cuando, como un energúmeno, aparece el Director, congestionadocon un paquete raro en la mano y gritando:

Voy a matar al Botones. Lo mato, lo mato.

El cajero que asistía atónito a la escena se tiró al ruedo y con habilidad consiguiópararlo y meterlo en su despacho para terminar con  el espectáculo que estaba dando delante de los clientes.

El Cajero salió al cabo de media hora sin poder contener la risa y se dirigió a tranquilizar al Botones que estaba amarillo como un muerto y que no terminaba de entender que pasaba.

Por fin explicó lo sucedido. Entre las gestiones que el Director había realizado en la capital, se había comprado un sombrero de fieltro para la temporada invernal que dejó en el asiento de atrás tal y como lo había envuelto el tendero, sin reparar que era elsitio que debía ocupar el guardaespaldas. Este, con la torrija de las fiestas, no lo vió al entrar en el coche e hizo el viaje de vuelta sentado encima dejando el sombrerodebidamente planchado e inservible.

Las fiestas pasaron y con ellas el disgusto.

EBotones siguió prestando servicio de guardaespaldas en sucesivas remesas de fondos al Banco de Españacuidando siempre de comprobar donde colocaba sus posaderas.

Entre ellos nunca se habló del incidente, a los dos les separaba una generación y media pero les unía saber entender al otro y su aversión a jugar al pin pon de los reproches.

Don Leopoldo pasó a mejor vida junto con su Borsalino, su pistola y el seiscientos.

Crisanto ahora ve el cajero automático y un blindado parar enfrente de la Oficina del barrio, mientras sale del Mercadona acompañando a su Señora. En este momento evoca cuando el Director le pedía que ayudara a su esposa, a llevar la compra desde la plaza de abastos a la planta de arriba de la Oficina que era donde vivían. Ella le preguntaba por su madre y sus hermanos y le daba siempre alguna pieza de fruta.Entonces se disgustaba mucho, sobre todo cuando pasaba al lado del Instituto y lo veían las chicas del pueblo y se ponían a murmurar.

Ahora piensa que el episodio del sombrero y el de aquellas idas y venidas a la plaza le han servido para entender mejor la vida y reconciliarse consigo mismo.

Mientras tira de la bolsa, mira a su mujer, sonríe y dice para sí, lo que se perdió Don Leopoldo, pobre Doña Rosa, que sería de ella.







martes, 28 de octubre de 2014

La Saga de la Puente - Un chorizo en la Oficina - Idea de Alfonso Soria - Ilustra Jesús de la Puente

Abelardo ha visto hoy en la prensa un mapa de España cubierto de chorizos, una imagen que también ha recibido en su whatsapp procedente de varias amistades.

La memoria encadena asociaciones de ideas y le lleva a recordar su primer día de trabajo, un inicio de Octubre, en el Departamento de Jurídica.

Se sintió bien acogido, estaba nervioso y a la vez entusiasmado, el entorno de escaleras, claraboyas, vidrieras y la solemnidad de las mesas y legajos sobre ellas le producía una suerte de fascinación y con ese encantamiento fue conociendo a sus futuros compañeros, ordenanzas, secretarios y secretarias, letrados, con los que a partir de ese momento compartiría hábitat y a los que a prestaría sus servicios con el mayor interés y diligencia posible, envuelto en un entorno cuasi mágico de respeto y veneración.

No sabe ni cómo ni porqué aquel ambiente le recordaba esas películas de cine en blanco y negro, de investigación, de aquel Hollywood truculento de jueces, fiscales, abogados, testigos y acusados.

Mientras flotaba en aquella nube pasó a conjugar ese verbo que es vivir, mezclando los sentimientos más elevados con los más prosaicos y se fue a conocer mundo con un compañero más veterano que le descubrió una tienda de bocadillos que en su día existia en los bajos de la Plaza de Canalejas, propiedad de un tal Rogelio, que preparaba bocadillos de tortilla con pimientos, panceta, bonito con pimiento morrón etc., jamón, chorizo, chopped, mortadela de aceitunas, etc. 


En el local había un par de botas de vino situadas estratégicamente en el local, y era una ceremonia alzarlas a la altura de la cabeza apuntando el chorro hacia la boca mientras se presionaban. El son del murmullo del vino salpicando el gaznate embobaba a todos como las sirenas a los marineros del Ulises. Era preciso contenerse porque se podía beber a discreción y luego tocaba subir a trabajar sin trastabillarse en las escaleras ni arrastar las silabas al saludar a los jefes. ¿Qué habrá sido de la tienda de Rogelio?.

En su Departamento fue asimilando poco a poco las funciones que iba a desempeñar y así transcurrieron con normalidad sus primeras jornadas. El tiempo pasaba deprisa, equiparando la palabra normal a cerrar el día sin incidentes, sin nada que reseñar.

Entre sus funciones se encontraba la de ir a una panadería chiquitita con mucho encanto en la Calle del Pozo para comprar barritas de pan a los compañeros de Secretaría que luego harían sus bocadillos con el embutido o rellenos que habían traido desde sus casas.

Un buen día estaba sentado pensando en lo que le quedaba por hacer y de repente sintió algo extraño, una especie de presentimiento, no era el olor caracteristico que desprendían los grandes volumenes de leyes y causas jurídicas en la dependencias y despachos de la Asesoría. 


Miró hacia la puerta del archivo, que un día imagino casi un santuario, donde se guardaban los casos llenos de historias que con el tiempo se irían borrando, hasta que un día tuvo que ir a buscar un expediente y comprobó que era realmente como el resto de los archivos, como los trasteros de las casas, donde se guarda todo lo que cree uno que va a servir pero luego no se encuentra. Alguna carpeta tenía tanto polvo que parecían ser del año que se fundó la Entidad.

El recinto era un cuarto con un ventanuco que daba a un patio interior sin luz directa que también se utilizaba para guardar material diverso y como guardarropa.

Mientras volaba su imaginación su mirada fija detectó un humo ligero saliendo debajo de la puerta y un olor a quemado que se iba apoderando del pasillo. Se levantó rápidamente de la mesa y diligente abrió súbitamente para ver qué pasaba. Se encontró a sus compañeros envueltos en una especie de bruma, se dieron la vuelta hacia él y después de verlo volvieron a mirar hacia delante mientras quemaban en una papelera metálica algunas maderas y papel. Sobre el fuego, un chorizo ensartado en un pincho improvisado con una percha de alambre que destilaba gotas rojas y pringosas.

Abelardo se quedó tan estupefacto como atraído por la escena y sin pensarlo más se unió a la ceremonia.

Aquellos sonidos, aromas y sabores, ahora los contempla desde la atalaya de su retiro, con su corazon tranquilo y reconciliado con los tiempos que le toco vivir.

La foto de hoy le ha regalado el retorno a aquel tiempo especial y ha pensado que es injusto que esa palabra "CHORIZO",que tantas satisfacciones da, se utilice para nombrar a los corruptos.

En desagravio su memoria ha hecho el mejor de los monumentos a aquel chorizo humante en el archivo en forma de recuerdo agradable e imborrable.



La curiosidad le ha picado y ha vuelto al sitio entrañable de Rogelio encontrándolo detrás de unas rejas, los chorizos siguen fuera.

jueves, 16 de octubre de 2014

La Saga de la Puente - La venganza del sastre - Idea de Javier Lopez Buendía -Ilustra Jesús de la Puente

Sucedió en un lugar de la Mancha, corrían los 70 para nuestros amigos que formaban parte de la plantilla de la Oficina del pueblo, compuesta por un Director, un Cajero, un Ventanillero y cuatro botones entre 14 y 16 años, de complexiones distintas y estaturas entre el metro y medio y los dos metros.

Los cuatro realizaban tareas administrativas con la espontaneidad, buena fe y atrevimiento fruto de esa mezcla que produce la bisoñez y la juventud.

No pasaba día que no se produjeran algarabías, trastadas y a veces enredos de consideración que se iban solventando por la buena disposición de todos.
 
Eran capaces tanto de autorizar un descubierto en cuenta de consideración, sin que les temblara la mano bien porque el cliente era de mucha confianza (un familiar) o porque le conocían de toda la vida y era buena gente, como de dejar de llevar al protesto un efecto financiero impagado porque era de su vecino, con la consecuencia de perder la acción ejecutiva en caso de ser impagado y llevarse a los tribunales.

Hacían una interpretación libre de la profesión cuando lo juzgaban conveniente, sin mediar consulta a los jefes ¿Para que se iban a enterar y menos el Director?, se sentían con fuerzas y pensaban que dominaban todas las suertes.
 
Como exponente de soltura en su desempeño, el botones de más edad y corpulencia, no el más alto, pero si el más orondo y fuerte, se ocupaba de ir a cobrar las letras por el pueblo. Tarea que organizó a la medida de su buen saber y entender, con paradas obligadas para "desayunar" en su casa, donde su madre preparabas las viandas (dos buenos huevos fritos con pimientos, chorizo o chacina similar y una botella de cerveza), para que su “chico” siguiera recio y no perdería peso como consecuencia del esfuerzo que realizaba. 
 
El itinerario consistía en hacer una primera ronda por los domicilios, donde para su comodidad resolvía hacer más sencillo el viaje dejando las letras de cambio a los clientes deudores para que pudieran comprobar si debían pagarlas, en lugar de confeccionar in situ un aviso de cobro (como estaba establecido) y quedarse con el documento original. Así no se entretenía y ganaba tiempo para parar en su casa a "almorzar". Cuando concluía la colación hacía el recorrido a la inversa para que le pagasen las letras o se las devolviesen. 
 
Uno de esos clientes fue un sastre con muchas bocas que alimentar, el pobre hombre estaba a la cuarta pregunta. En una ocasion, cuando vio el paquete de letras en su mano que, como casi siempre, no podía pagar, se sintió tentado a quedarse con unas pocas para ver que pasaba, naturalmente guardó un silencio sepulcral.

En los controles contables de la Oficina se detectó que el saldo de la cuenta de cartera no coincidía con las existencias y trás un mes de búsqueda se averiguó que efectos componían la diferencia y tras otros tres meses adicionales se logró que cada acreedor enviase una segunda letra de cambio, para poder demostrar al sastre que, en el mejor de los casos, los documentos se habían extraviado y no los había pagado. 

Por aquel entonces, antes de cada temporada de verano e invierno la Jefatura de Personal de Madrid tenía establecido enviar a las Oficinas tejido para los uniformes de sus Botones y un par de zapatos Segarra para cada uno.

Aprovechando la oportunidad que brindaba el momento, se encontró una solución para resolver el problema de la cartera encargando al sastre deudor que confeccionara los uniformes de los cuatro  para que con su trabajo pudiera saldar la deuda. 
 
El sastre percibía que el corazón del pueblo ahora era el boca a boca y notaba los latidos de las miradas furtivas detrás de los visillos, ojos que miraban de arriba abajo con una sonrisa mientras se cruzaban dando los Buenos Dias, o las Buenas tardes. Tenía la certeza de que todo el mundo conocia la historia del "extravío" y que sería la comidilla del pueblo, lo que le disgustaba sobremanera. 

Llegó su turno, tomó medidas a los Botones y en el plazo de un mes estuvieron listos los uniformes.

Todo fue según lo previsto habiendo quedado regularizada la deuda y corregida la mala práctica de la entrega de los originales, pero nada es perfecto. 

Cuando llegó el invierno, mes y medio después, los muchachos se probaron los uniformes y cuando se vieron juntos se quedaron perplejos, las cuatro guerreras tenían el mismo largo, los ojales y los botones a la misma distancia desde el cuello, la del más bajito le llegaba casi a la rodilla y el último botón por debajo de la bragueta,  al más alto le quedaba corta de solemnidad y el último botón cuatro dedos por encima del ombligo y a nuestro amigo el orondo huelga comentar. 

Los uniformes no tuvieron remedio aquel invierno y los Botones los lucieron lo mejor que supieron, la Sucursal se convirtió en un lugar de peregrinación para los vecinos del pueblo que no podían contener la risa cuando veían juntos a los cuatro mozalbetes exhibiendo sus atuendos tan destartalados como nuevos y relucientes.

El pueblo recuperó su ambiente festivo y en las calles los murmullos y miradas de reprobación se tornaron sonrisas, mientras todo el mundo se preguntaba ¿Que pasará con los proximos uniformes?