jueves, 16 de octubre de 2014

La Saga de la Puente - La venganza del sastre - Idea de Javier Lopez Buendía -Ilustra Jesús de la Puente

Sucedió en un lugar de la Mancha, corrían los 70 para nuestros amigos que formaban parte de la plantilla de la Oficina del pueblo, compuesta por un Director, un Cajero, un Ventanillero y cuatro botones entre 14 y 16 años, de complexiones distintas y estaturas entre el metro y medio y los dos metros.

Los cuatro realizaban tareas administrativas con la espontaneidad, buena fe y atrevimiento fruto de esa mezcla que produce la bisoñez y la juventud.

No pasaba día que no se produjeran algarabías, trastadas y a veces enredos de consideración que se iban solventando por la buena disposición de todos.
 
Eran capaces tanto de autorizar un descubierto en cuenta de consideración, sin que les temblara la mano bien porque el cliente era de mucha confianza (un familiar) o porque le conocían de toda la vida y era buena gente, como de dejar de llevar al protesto un efecto financiero impagado porque era de su vecino, con la consecuencia de perder la acción ejecutiva en caso de ser impagado y llevarse a los tribunales.

Hacían una interpretación libre de la profesión cuando lo juzgaban conveniente, sin mediar consulta a los jefes ¿Para que se iban a enterar y menos el Director?, se sentían con fuerzas y pensaban que dominaban todas las suertes.
 
Como exponente de soltura en su desempeño, el botones de más edad y corpulencia, no el más alto, pero si el más orondo y fuerte, se ocupaba de ir a cobrar las letras por el pueblo. Tarea que organizó a la medida de su buen saber y entender, con paradas obligadas para "desayunar" en su casa, donde su madre preparabas las viandas (dos buenos huevos fritos con pimientos, chorizo o chacina similar y una botella de cerveza), para que su “chico” siguiera recio y no perdería peso como consecuencia del esfuerzo que realizaba. 
 
El itinerario consistía en hacer una primera ronda por los domicilios, donde para su comodidad resolvía hacer más sencillo el viaje dejando las letras de cambio a los clientes deudores para que pudieran comprobar si debían pagarlas, en lugar de confeccionar in situ un aviso de cobro (como estaba establecido) y quedarse con el documento original. Así no se entretenía y ganaba tiempo para parar en su casa a "almorzar". Cuando concluía la colación hacía el recorrido a la inversa para que le pagasen las letras o se las devolviesen. 
 
Uno de esos clientes fue un sastre con muchas bocas que alimentar, el pobre hombre estaba a la cuarta pregunta. En una ocasion, cuando vio el paquete de letras en su mano que, como casi siempre, no podía pagar, se sintió tentado a quedarse con unas pocas para ver que pasaba, naturalmente guardó un silencio sepulcral.

En los controles contables de la Oficina se detectó que el saldo de la cuenta de cartera no coincidía con las existencias y trás un mes de búsqueda se averiguó que efectos componían la diferencia y tras otros tres meses adicionales se logró que cada acreedor enviase una segunda letra de cambio, para poder demostrar al sastre que, en el mejor de los casos, los documentos se habían extraviado y no los había pagado. 

Por aquel entonces, antes de cada temporada de verano e invierno la Jefatura de Personal de Madrid tenía establecido enviar a las Oficinas tejido para los uniformes de sus Botones y un par de zapatos Segarra para cada uno.

Aprovechando la oportunidad que brindaba el momento, se encontró una solución para resolver el problema de la cartera encargando al sastre deudor que confeccionara los uniformes de los cuatro  para que con su trabajo pudiera saldar la deuda. 
 
El sastre percibía que el corazón del pueblo ahora era el boca a boca y notaba los latidos de las miradas furtivas detrás de los visillos, ojos que miraban de arriba abajo con una sonrisa mientras se cruzaban dando los Buenos Dias, o las Buenas tardes. Tenía la certeza de que todo el mundo conocia la historia del "extravío" y que sería la comidilla del pueblo, lo que le disgustaba sobremanera. 

Llegó su turno, tomó medidas a los Botones y en el plazo de un mes estuvieron listos los uniformes.

Todo fue según lo previsto habiendo quedado regularizada la deuda y corregida la mala práctica de la entrega de los originales, pero nada es perfecto. 

Cuando llegó el invierno, mes y medio después, los muchachos se probaron los uniformes y cuando se vieron juntos se quedaron perplejos, las cuatro guerreras tenían el mismo largo, los ojales y los botones a la misma distancia desde el cuello, la del más bajito le llegaba casi a la rodilla y el último botón por debajo de la bragueta,  al más alto le quedaba corta de solemnidad y el último botón cuatro dedos por encima del ombligo y a nuestro amigo el orondo huelga comentar. 

Los uniformes no tuvieron remedio aquel invierno y los Botones los lucieron lo mejor que supieron, la Sucursal se convirtió en un lugar de peregrinación para los vecinos del pueblo que no podían contener la risa cuando veían juntos a los cuatro mozalbetes exhibiendo sus atuendos tan destartalados como nuevos y relucientes.

El pueblo recuperó su ambiente festivo y en las calles los murmullos y miradas de reprobación se tornaron sonrisas, mientras todo el mundo se preguntaba ¿Que pasará con los proximos uniformes?


2 comentarios:

  1. Hola Amigos:

    He visto que todos los avatares que aquí habéis expuesto sobre la época de botones, y otras entretelas, son alucinantes, y que superan a la experiencia que tuve personalmente antes de entrar en Banesto.
    Yo no pude llegar a experimentar vuestras nobles experiencias, ya que entre directamente como:
    Auxiliar Administrativo, en el año 1965, en el Departamento de Extranjero, Madrid (tenía a la postre 17 años)

    Aunque también llegue a vivir la mía como botones, un año antes en el Hotel Carlton de Madrid, donde afortunadamente me echaron, por lavarme las manos en dos ocasiones en los servicios de los clientes del Hotel, ya que en los nuestros, en los del personal, no teníamos casi nunca el jabón y las toallas correspondientes, porque alguien se los llevaba.

    Y afortunadamente fue este afortunado contratiempo, el que me dio la oportunidad, para presentarme en un examen, y así fue como pude entrar en Banesto, cosa esta de la que nunca me arrepentiré. Estoy totalmente agradecido de haber formado parte de esa gran familia que fuimos y seguiremos siendo.

    Un abrazo para todos.

    Pedro García Biedma

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  2. Historias interesantes que se van encadenando

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