jueves, 27 de noviembre de 2014

La Saga de la Puente - Cartas y setas - Idea de Eduardo Gotor - Ilustra Jesús de la Puente

Los primeros pasos, o tropiezos, según lo que el lector considere, llevaron a Crisanto al Departamento de Secretaría Administrativa donde permaneció en espera de destino, hasta que un buen día le comunicaron que se incorporaba a la Conserjería del Banco.

Volvieron a surgir las cábalas, aparecieron las suposiciones mezcladas con los deseos, las dudas, el temor y la ilusión que acarrea todo cambio. En poco tiempo había pasado de comer un bocadillo en el parque a tropezar con el filo del hueco del ascensor. ¿ Cual sería la historia que le esperaba?

Esa mañana caminó bajo la lluvia suave del otoño empujando con los zapatos las hojas de otoño que cubrían el suelo de los parques y las calles. Finalmente se presentó  en su nuevo destino donde lo recibió D. Celedonio, conserje mayor de la época, gestor de todo el personal subalterno de la Oficina Principal con fama de duro y gruñón, pero querido por todos.

Las diferentes misiones que se desarrollaban se dividían en dos; sustituir a los compañeros que estaban de vacaciones o enfermos o bien repartir cartas, en rutas ya previamente diseñadas por D. Celedonio.

Crisanto fue designado durante unos días, al reparto de correspondencia, a la llamada ruta de José Antonio (Calle Gran Vía y aledaños). Las cartas siempre eran para los mismos destinatarios, y estaban ordenadas de más cercanos  a más lejanos. Finalmente, cuando le daban el lote de cartas a repartir D. Celedonio decía  " y como esto te pilla al lado, y como esto también…", todo concluía en que se empezaba en Alcalá 14 y se terminaba indefectiblemente, cerca de la carretera de la Coruña.

En los primeros días, con ánimos pedagógicos, le fue asignado como maestro y acompañante un ordenanza veterano que atendía al nombre de Marcelino, hombre bonachón,  grandote y colorado como un tomate.

La ruta siempre comenzaba bien. Crisanto iba dejando las diferentes cartas por las calles Peligros, Gran Vía, etc, observado atentamente por su mentor, quien a cada entrega asentía, con un movimiento de cabeza. Al girar por la calle San Bernardo la entrega seguía su curso con normalidad, pero ¡ay!, al llegar a la calle de la Palma, llena de bodeguillas y tabernas; Marcelino se empeñaba en entrar en cada una de ellas a comprobar en cual escanciaban el mejor vermouth y como fin de fiesta, al llegar a un determinado portal le decía a Crisanto que esperará allí un ratito, que tenía que comerse una seta.

Crisanto obedecía y se quedaba esperando con las cartas pendientes de entrega, mientras aburrido observaba que en ese portal había un continuo trasiego de mujeres (sin duda las vendedoras), así como una multitud de hombres que debían compartir las mismas aficiones micológicas de Marcelino.

Tanscurridos, tres cuartos de hora, Marcelino emergía del portal contento y despejado y entre los dos el reparto pendiente finalizaba entre risas y una letanía de chascarrillos.

Crisanto cuando llegaba a casa comentaba los detalles del día a su padre que se iba inquietando hasta que finalmente concluía la conversación de forma abrupta diciendo “hijo mío repartiras muy bien las cartas, pero no te enteras de nada y sobre todo, nunca, ¿me entiendes?, nunca, subas a probar las setas”.

Crisanto a sus 15 años, nunca entendió porque su padre tenía esa aversión a las setas , cuando tanto le gustaban los champiñones al ajillo.


jueves, 20 de noviembre de 2014

La Saga de la Puente - La caldera - Idea de Fernando de la Cruz - Ilustra Jesús de la Puente

Corría el año 71 del siglo pasado. 

La Oficina estaba situada en la plaza mayor del pueblo, era un edificio de dos plantas. La planta baja tenía cuatro ventanales por donde entraba un sol de justicia en verano. El calor era mitigado con ventiladores que  hacían volar los papeles que no se habían fijado a las mesas con ceniceros o maquinas de grapar. En invierno, los rayos de sol no evitaban un frío de espanto que remediaba "la Moderna, una caldera de carbón y leña. 

En la planta superior se encontraba la vivienda del Director, hasta que su estado calamitoso la convirtió en archivo. 

Colindante con la oficina se encontraba el portal de acceso a la vivienda superior. Allí, debajo de la escalera estaba situada una máquina negra de hierro fundido, la caldera de la calefacción, y junto a ella un espacio para almacenar carbón y algo de leña. 

En cualquier estación del año conseguir la temperatura idónea para cada uno de los once empleados de la sucursal era una batalla desigual para Crisanto, una lucha contra los elementos, sin termostato. 

En verano se enchufaban los ventiladores, se les daba más o menos potencia, se orientaban, pero ¿ En invierno que?... La cuestión era encender o no encender la calefacción.. 

Con o sin reunión para ver decir quien encendía la calefacción en los días de invierno, Crisanto tenía todas las papeletas El Director echó una mano, la verdad, y sentenció…”los martes, miércoles, jueves, viernes y sábados que la encienda la Señora de la limpieza…”, que iba todos los días a limpiar a las siete de la mañana y era empleada del Banco, entonces no había eso de las empresas externas“… los lunes el botones…”, pues la buena mujer limpiaba los sábados por la tarde para no madrugar el inicio de semana. 

Así que Crisanto se encontró aquellos "lunes con sol o sin sol pero.... a la caldera

La maniobra de encenderla para un chaval de 15 años era ardua, teniendo en cuenta que era la primera vez que mantenía contacto con esas máquinas modernas, hechas en alguna fundición del norte. En el pueblo similares artefactos escaseaban, quizás una en el Ayuntamiento, otra en las escuelas, en la oficina de correos y en el despacho parroquial. 

Llegó el inicio de temporada invernal y con ellas las primeras instrucciones para el cometido asignado:

Primero limpia la caldera de cenizas anteriores, luego echa unos cuantos papeles, unas pocas maderas finas, más papeles y bolas de carbón, que ya había suministrado el carbonero de la zona. Si se alcanza una temperatura alta y suena, hay que abrir la escotillaY no te manches mucho el uniforme.

Los papeles eran sobres usados, algún que otro periódico deportivo, de la suscripción de la oficina o de las papeleras, las maderas traídas de un taller de carpintería, cliente del banco, por supuesto, y el carbón de bola, más negro que eso.

El Director, despidiéndose el sábado lo miró diciendo: el lunes acuérdate, tienes que encender la calefacción.

El domingo por la noche adelantó una hora el despertador de cuerda de su mesilla, no podía fallar. En casa le decían que tenia que hacer las cosas bien, que tenia que ser el mejor, que así llegaría lejos.

En su cabeza no cabía que una las funciones que tenia que hacer donde trabajaba, el primer Banco del país, fuera ir a comprar los bocadillos del resto del personal, llenar el botijo de agua de la fuente de la plaza, encender la calefacción él que estaba ya en quinto de bachiller.

Llegaron las  siete y media de la mañana del lunes.

¿Dónde estaban los periódicos y los papeles para encender la calefacción? El sábado, la Señora de la limpieza había dejado la oficina limpia como una patena.

Imaginación para resolver el problema, usar unos cuantos formularios de varios modelos 74, 129, 200, 201, 133,  enteros con sus papeles de calco y todo, ya se haría el pedido de material y se repondrían. Algunos de ellos tenían cinco o seis copias con su papel carbón correspondiente.

¡Al ataque!, primero los formularios y luego unas tablillas finas para que prendan bien, cerilla a los formularios y ya está. Pues no. Llamita corta y mucho humo. ¡Joooo!.. esto no prende, más formularios y algún sobre. Nada, poca llama y mucho humo, mucho humo, mucho humo.s.p.m.

En lo alto de la escalera el humo se filtra por la puerta de la vivienda del director. De pronto una voz  “¡que pasa, que nos vas a asfixiar!..”… baja el director pero ¿que haces???.. Pues que no enciende…”has metido papeles???.. .. Si, bueno y algún formulario “¡No jodas, de ahí el humo!... Los calcos no encienden, no se queman,  solo hacen humo y más humo…”

La señora del Director, en bata hasta los pies, y las niñas por la escalera bajaban mientras  el humo subía.

Crisanto no sabía que hacer, para él sólo había una cosa buena, ese día las niñas no llegarían tarde al Colegio. Mientras tanto el Director se puso a sacar los formularios medio quemados de la caldera mientras maldecía de mil maneras.

En pocos minutos (horas para alguno) todo volvió a la normalidad, cuando fueron llegando los compañeros algunos echaron una mano. Aquel lunes hasta las once de la mañana no se notó el calor en la Oficina.

Ese lunes Crisanto fue más diligente que otros días para ir a comprar los bocadillos, los botellines, llenar de agua de la fuente de la plaza el botijo o meterse en el pequeño archivo a poner al día el libro copiador de cartas y apretar la prensa con todas sus fuerzas para rebajar la tensión, todo antes de estar a la vista, sobre todo de su Director.

De la mujer del Director, mejor callar.

Fueron pocos lunes los que volvió a encender la calefacción. A veces hacer las cosas mal tiene recompensa. 




La puerta de acceso a la escalera y vivienda del Director esta a la izquierda y no sale en la foto. La puerta de la derecha era el pequeño archivo.
Sobre la puerta y ventanas las letras de BANCO ESPAÑOL DE CREDITO S.A. 


lunes, 10 de noviembre de 2014

La Saga de la Puente - El ascensor - Idea de Eduardo Gotor - Ilustra Jesús de la Puente

Era el día esperado, todo estaba pensado, había cuidado hasta los más mínimos detalles.

Crisanto, mientras rebobinaba el hilo de cada movimiento que tenía que hacer, se preguntaba por qué su jefe D. Celedonio había depositado tanta fé en él y le asignaba la misión más delicada del equipo.

Le atormentaba la pesadilla de la noche anterior que lo hizo despertarse en el momento en que el Director tropezaba y se caía de bruces al salir del ascensor. Se quedó inmóvil, no sabía que hacer ni que decir, salvo intentar socorrerlo y levantarlo. Los ensayos repetidos de la semana pasada no habían servido para nada.

La secuencia era siempre la misma en boca de D. Celedonio:

Primero.- Asegura que nadie coge el ascensor después de las nueve menos cuarto aunque D. Belarmino llega a las nueve en punto se puede adelantar y se produciría un conflicto si coincide con alguien. Si viene otra persona,  no te pongas nervioso, abre la puerta y di que está reservado para el Director que está llegando.

Segundo.- Cuando veas aparecer al Jefe dale los Buenos días, le abres la puerta, lo dejas pasar, entras, luego cierras la puerta interior y pulsas el botón de la primera planta.

Tercero.- Al llegar a la primera planta abres, con cuidado, la puerta interior y luego la exterior. Asegura que estás al ras de suelo, entonces sales tú primero, mantienes la hoja de la puerta exterior sujeta con la mano y la otra pegada al cuerpo. Cuando se marche D. Belarmino le dices:

Que tenga Vd. un buen día.

D. Celedonio le arengaba recordandole que era el representante de todo un equipo, que tenia que cuidar su imagen, estar bien peinado, con la guerrera limpia, los botones abrochados y brillantes, los zapatos relucientes. Somos el espiritu de la Oficina Principal de la capital de provincia.

Crisanto debutaba, estaba expectante, miraba hacia las escaleras que daban a la puerta por donde aparecería el Director.

Le vio llegar con paso diligente, firme, seguro, ataviado con su traje azul marino recién planchado, impoluto que completaba con el resto de detalles, corbata, gemelos, reloj de cadena. Su semblante era serio y al mismo tiempo correcto, dió los Buenos días un par de veces hasta llegar al ascensor.

Crisanto puso en marcha el protocolo.

Primero dió los Buenos días que fueron contestados con otros Buenos días. Luego abrió la puerta y cedió el paso. Don Belarmino se acomodó en el fondo del ascensor mirando de frente a la puerta y de reojo al nuevo Botones que la vió cerrarse. Transcurrieron unos segundos, todo quedó en silencio, hasta que el Director lo rompió diciendo en voz baja y contenida:

Si cierra Usted la puerta de dentro, algún día subiremos.

No podía creer que se hubiera olvidado de cerrar la puerta interior. Su corazón se aceleró y comenzó el torbellino de ideas a mil por hora,,,, Ahora, pensaba el atribulado Crisanto, cuando lleguemos ¿Le tengo que dejar pasar? ¿Cómo lo hago en un espacio tan estrecho? ¿Paso yo primero y le espero?. Volvieron a su frente los sudores terribles de la duda y la inseguridad, mientras el trayecto a la primera planta se hacía interminable. Entre tanto dilema, sólo tenía claro que no podía fallar más.

Abrió precipitadamente la puerta interior, unas milésimas de segundo antes de que el ascensor llegara a su destino, sin reparar que había quedado un escalón entre el piso del ascensor y el de la planta. Luego, al empujar la puerta acristalada exterior tropezó, cayendo de bruces en el suelo, eso sí evitando con su mano izquierda que se cerrara.

Cuando se recuperó del aturdimiento y se levantó D. Belarmino ya había desaparecido y no le quedó tiempo para finalizar el protocolo y desearle un buen día, tal y como estaba previsto. Pensó que diría y qué pensaría de él, ahora tenía que contárselo a su mentor.

El mundo de Crisanto entró en la frontera de las tinieblas que provocan las sensaciones angustiantes y pensó que toda la Oficina conocería la escena aún sin haberla presenciado. La pesadilla del día anterior la había sustituido esta realidad.

Cuando lo explicó a D. Celedonio éste ya conocía el suceso y sonrió diciendo; no te preocupes ya me lo han contado. Recuerda que lo peor no es lo que te ha pasado, lo peor es que no le veas la parte buena y sepas reírte de la situación. Hoy te has hecho famoso, eso no está al alcance de todos.

Siempre tuvo presente que en los subes y bajas de la vida es preciso conservar el buen humor.

Ahi empezó el ascenso meteórico de Crisanto.





viernes, 7 de noviembre de 2014

La Saga de la Puente - Remesa de fondos con resaca - Idea de Javier Lopez Buendía - Ilustra Jesús de la Puente

Si algo se espera en los pueblos con verdadero entusiasmo son las ferias y fiestas patronales de final del verano que duraban una semana. Los jóvenes de los años 70 estaban medio año ahorrando para poder permitirse las cañitas con gambas en el ferial, los festejos taurinos, las sesiones de discoteca y como no las copas con los amigos hasta las 5 ó las 6 de la mañana.

En la plantilla del Banco esto no era distinto, pues participaban y disfrutaban de lo lindo en los festejos. En la oficina, como es natural, el primer día era festivo total y se cerraba sin que fuese necesario ir después de la misa como era costumbre algunos domingos. Los días siguientes se abría hasta la una, pero se "trabajaba" dependiendo del estado "anímico" de la persona y criterio del director.

La verdad es que el Director era un tipo peculiar por su aspecto (bajito, regordete, un poco barrigudo, calvo y con sombrerBorsalino)su forma de dirigir la plantilla al estilo más rancio y su pertinaz obsesión por hacer viajes de remesas de fondos al Banco de España para remediar los excesos de encaje de la Oficina.

Los recorridos se hacían en seiscientos que hacía las veces de blindado, con el director al volante, armado con un pistolón bajo el sobaco y la comitiva la completaba un guardaespaldas que era el botones más joven y bajito que podía acoplarse sin problemas en el asiento de detrás del conductor.

Como era previsible, realizó el dichoso viaje de remesa de fondos en plena feria, el segundo día de fiesta, y como no podía ser de otra forma el "guardaespaldas" llegó tarde a trabajar sin haber dormido en toda la noche, así que en cuanto cuando se metió en el coche se durmió como un angelito y se despertó al llegar a la puerta del Banco de España.

La rutina del viaje, una vez ingresado el efectivo consistía  en ir a la Oficina Principal del Banco, recoger las bolsa moneda fraccionaria (100/ 200.000 pesetas en monedas de 1, 5, y 10 duros), cargarlas en el coche y de vuelta al pueblo.

En aquella ocasión el protocolo se alteró y el Director, una vez recogida las monedas, dijo al Botones:

Quédate aquí con la calderilla que voy a hacer una gestión y en un rato vuelvo.

Transcurrida media hora apareció el Jefe y guardaron las monedas en el maletero del coche. El botones volvió a ocupar su asiento en el seiscientos y el director el suyo poniendo rumbo al pueblo.

Con el silencio del viaje y el calorcito del mediodía, el chiquillo se volvió a quedar dormido, despertando con el frenazo de llegada a las puertas del Banco. Una vez aparcado el vehículo, el jovenzuelo cogió los saquitos de las monedas y entró con ellas a la Oficina.

No habían transcurrido ni tres minutos cuando, como un energúmeno, aparece el Director, congestionadocon un paquete raro en la mano y gritando:

Voy a matar al Botones. Lo mato, lo mato.

El cajero que asistía atónito a la escena se tiró al ruedo y con habilidad consiguiópararlo y meterlo en su despacho para terminar con  el espectáculo que estaba dando delante de los clientes.

El Cajero salió al cabo de media hora sin poder contener la risa y se dirigió a tranquilizar al Botones que estaba amarillo como un muerto y que no terminaba de entender que pasaba.

Por fin explicó lo sucedido. Entre las gestiones que el Director había realizado en la capital, se había comprado un sombrero de fieltro para la temporada invernal que dejó en el asiento de atrás tal y como lo había envuelto el tendero, sin reparar que era elsitio que debía ocupar el guardaespaldas. Este, con la torrija de las fiestas, no lo vió al entrar en el coche e hizo el viaje de vuelta sentado encima dejando el sombrerodebidamente planchado e inservible.

Las fiestas pasaron y con ellas el disgusto.

EBotones siguió prestando servicio de guardaespaldas en sucesivas remesas de fondos al Banco de Españacuidando siempre de comprobar donde colocaba sus posaderas.

Entre ellos nunca se habló del incidente, a los dos les separaba una generación y media pero les unía saber entender al otro y su aversión a jugar al pin pon de los reproches.

Don Leopoldo pasó a mejor vida junto con su Borsalino, su pistola y el seiscientos.

Crisanto ahora ve el cajero automático y un blindado parar enfrente de la Oficina del barrio, mientras sale del Mercadona acompañando a su Señora. En este momento evoca cuando el Director le pedía que ayudara a su esposa, a llevar la compra desde la plaza de abastos a la planta de arriba de la Oficina que era donde vivían. Ella le preguntaba por su madre y sus hermanos y le daba siempre alguna pieza de fruta.Entonces se disgustaba mucho, sobre todo cuando pasaba al lado del Instituto y lo veían las chicas del pueblo y se ponían a murmurar.

Ahora piensa que el episodio del sombrero y el de aquellas idas y venidas a la plaza le han servido para entender mejor la vida y reconciliarse consigo mismo.

Mientras tira de la bolsa, mira a su mujer, sonríe y dice para sí, lo que se perdió Don Leopoldo, pobre Doña Rosa, que sería de ella.