jueves, 20 de noviembre de 2014

La Saga de la Puente - La caldera - Idea de Fernando de la Cruz - Ilustra Jesús de la Puente

Corría el año 71 del siglo pasado. 

La Oficina estaba situada en la plaza mayor del pueblo, era un edificio de dos plantas. La planta baja tenía cuatro ventanales por donde entraba un sol de justicia en verano. El calor era mitigado con ventiladores que  hacían volar los papeles que no se habían fijado a las mesas con ceniceros o maquinas de grapar. En invierno, los rayos de sol no evitaban un frío de espanto que remediaba "la Moderna, una caldera de carbón y leña. 

En la planta superior se encontraba la vivienda del Director, hasta que su estado calamitoso la convirtió en archivo. 

Colindante con la oficina se encontraba el portal de acceso a la vivienda superior. Allí, debajo de la escalera estaba situada una máquina negra de hierro fundido, la caldera de la calefacción, y junto a ella un espacio para almacenar carbón y algo de leña. 

En cualquier estación del año conseguir la temperatura idónea para cada uno de los once empleados de la sucursal era una batalla desigual para Crisanto, una lucha contra los elementos, sin termostato. 

En verano se enchufaban los ventiladores, se les daba más o menos potencia, se orientaban, pero ¿ En invierno que?... La cuestión era encender o no encender la calefacción.. 

Con o sin reunión para ver decir quien encendía la calefacción en los días de invierno, Crisanto tenía todas las papeletas El Director echó una mano, la verdad, y sentenció…”los martes, miércoles, jueves, viernes y sábados que la encienda la Señora de la limpieza…”, que iba todos los días a limpiar a las siete de la mañana y era empleada del Banco, entonces no había eso de las empresas externas“… los lunes el botones…”, pues la buena mujer limpiaba los sábados por la tarde para no madrugar el inicio de semana. 

Así que Crisanto se encontró aquellos "lunes con sol o sin sol pero.... a la caldera

La maniobra de encenderla para un chaval de 15 años era ardua, teniendo en cuenta que era la primera vez que mantenía contacto con esas máquinas modernas, hechas en alguna fundición del norte. En el pueblo similares artefactos escaseaban, quizás una en el Ayuntamiento, otra en las escuelas, en la oficina de correos y en el despacho parroquial. 

Llegó el inicio de temporada invernal y con ellas las primeras instrucciones para el cometido asignado:

Primero limpia la caldera de cenizas anteriores, luego echa unos cuantos papeles, unas pocas maderas finas, más papeles y bolas de carbón, que ya había suministrado el carbonero de la zona. Si se alcanza una temperatura alta y suena, hay que abrir la escotillaY no te manches mucho el uniforme.

Los papeles eran sobres usados, algún que otro periódico deportivo, de la suscripción de la oficina o de las papeleras, las maderas traídas de un taller de carpintería, cliente del banco, por supuesto, y el carbón de bola, más negro que eso.

El Director, despidiéndose el sábado lo miró diciendo: el lunes acuérdate, tienes que encender la calefacción.

El domingo por la noche adelantó una hora el despertador de cuerda de su mesilla, no podía fallar. En casa le decían que tenia que hacer las cosas bien, que tenia que ser el mejor, que así llegaría lejos.

En su cabeza no cabía que una las funciones que tenia que hacer donde trabajaba, el primer Banco del país, fuera ir a comprar los bocadillos del resto del personal, llenar el botijo de agua de la fuente de la plaza, encender la calefacción él que estaba ya en quinto de bachiller.

Llegaron las  siete y media de la mañana del lunes.

¿Dónde estaban los periódicos y los papeles para encender la calefacción? El sábado, la Señora de la limpieza había dejado la oficina limpia como una patena.

Imaginación para resolver el problema, usar unos cuantos formularios de varios modelos 74, 129, 200, 201, 133,  enteros con sus papeles de calco y todo, ya se haría el pedido de material y se repondrían. Algunos de ellos tenían cinco o seis copias con su papel carbón correspondiente.

¡Al ataque!, primero los formularios y luego unas tablillas finas para que prendan bien, cerilla a los formularios y ya está. Pues no. Llamita corta y mucho humo. ¡Joooo!.. esto no prende, más formularios y algún sobre. Nada, poca llama y mucho humo, mucho humo, mucho humo.s.p.m.

En lo alto de la escalera el humo se filtra por la puerta de la vivienda del director. De pronto una voz  “¡que pasa, que nos vas a asfixiar!..”… baja el director pero ¿que haces???.. Pues que no enciende…”has metido papeles???.. .. Si, bueno y algún formulario “¡No jodas, de ahí el humo!... Los calcos no encienden, no se queman,  solo hacen humo y más humo…”

La señora del Director, en bata hasta los pies, y las niñas por la escalera bajaban mientras  el humo subía.

Crisanto no sabía que hacer, para él sólo había una cosa buena, ese día las niñas no llegarían tarde al Colegio. Mientras tanto el Director se puso a sacar los formularios medio quemados de la caldera mientras maldecía de mil maneras.

En pocos minutos (horas para alguno) todo volvió a la normalidad, cuando fueron llegando los compañeros algunos echaron una mano. Aquel lunes hasta las once de la mañana no se notó el calor en la Oficina.

Ese lunes Crisanto fue más diligente que otros días para ir a comprar los bocadillos, los botellines, llenar de agua de la fuente de la plaza el botijo o meterse en el pequeño archivo a poner al día el libro copiador de cartas y apretar la prensa con todas sus fuerzas para rebajar la tensión, todo antes de estar a la vista, sobre todo de su Director.

De la mujer del Director, mejor callar.

Fueron pocos lunes los que volvió a encender la calefacción. A veces hacer las cosas mal tiene recompensa. 




La puerta de acceso a la escalera y vivienda del Director esta a la izquierda y no sale en la foto. La puerta de la derecha era el pequeño archivo.
Sobre la puerta y ventanas las letras de BANCO ESPAÑOL DE CREDITO S.A. 


1 comentario:

  1. *Esa era nuestra realidad de esos tiempos, sobre la calefacción y otros avatares muy bien descritos en el presente artículo. Y aunque estas fueron relativamente recientes, para muchos de nosotros, sin embargo hace ya la friolera de 43 años que sucedieron.
    Pero que a buen seguro que a algunos nos gustaría repetir, pero eso sí en mejores condiciones que las descritas en este caso, claro.

    La historia siempre se repite y las peripecias de siempre, las pagaba el pobre subalterno, o de inferior categoría.
    Pues está claro que para que todo siguiese funcionando, alguien tenía como vulgarmente se suele decir, que pagar el pato de las anomalías correspondientes.

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