La Oficina
estaba situada en la plaza mayor del pueblo, era un edificio de dos plantas. La
planta baja tenía cuatro ventanales
por donde entraba un sol de justicia en verano. El calor era mitigado con
ventiladores que hacían volar los papeles que no se habían fijado a las mesas con ceniceros o
maquinas de grapar. En invierno, los rayos de sol no evitaban un frío de espanto que remediaba "la Moderna”, una caldera de carbón y leña.
En la planta
superior se encontraba la vivienda del Director, hasta que su estado calamitoso
la convirtió en archivo.
Colindante con
la oficina se encontraba el portal de acceso a la vivienda superior. Allí, debajo de la escalera estaba situada una
máquina negra de hierro
fundido, la caldera de la calefacción, y junto a ella un espacio para almacenar carbón y algo de leña.
En cualquier
estación del año conseguir la temperatura idónea para cada uno de los once empleados de
la sucursal era una batalla desigual para Crisanto, una lucha contra los
elementos, sin termostato.
En verano se
enchufaban los ventiladores, se les daba más o menos potencia, se orientaban,… pero ¿ En invierno que?...
La cuestión era encender o no
encender la calefacción..
Con o sin
reunión para ver decir
quien encendía la calefacción en los días de invierno, Crisanto tenía todas las papeletas… El Director echó una mano, la verdad,
y sentenció…”los martes, miércoles, jueves, viernes y sábados que la encienda la Señora de la limpieza…”, que iba todos los días a limpiar a las siete de la mañana y era empleada del Banco, entonces no
había eso de las empresas
externas“… los lunes el
botones…”, pues la buena
mujer limpiaba los sábados por la tarde
para no madrugar el inicio de semana.
Así que Crisanto se encontró aquellos "lunes con sol o sin sol pero.... a la caldera”
La maniobra de encenderla para un chaval de 15 años era ardua, teniendo en cuenta que era la primera vez que mantenía contacto con esas máquinas modernas, hechas en alguna fundición del norte. En el pueblo similares artefactos escaseaban, quizás una en el Ayuntamiento, otra en las escuelas, en la oficina de correos y en el despacho parroquial.
Llegó el inicio de temporada invernal y con
ellas las primeras instrucciones para el cometido asignado:
Primero limpia
la caldera de cenizas anteriores, luego echa unos cuantos papeles, unas pocas
maderas finas, más papeles y bolas de
carbón, que ya había suministrado el carbonero de la zona. Si
se alcanza una temperatura alta y suena, hay que abrir la escotilla…Y no te manches mucho el uniforme.
Los papeles
eran sobres usados, algún que otro periódico deportivo, de la suscripción de la oficina o de las papeleras, las
maderas traídas de un taller de
carpintería, cliente del banco,
por supuesto, y el carbón de bola, más negro que eso.
El Director,
despidiéndose el sábado lo miró diciendo: “el lunes acuérdate, tienes que encender la calefacción”.
El domingo por
la noche adelantó una hora el
despertador de cuerda de su mesilla, no podía fallar. En casa le decían que tenia que hacer las cosas bien, que tenia que ser el mejor,
que así llegaría lejos.
En su cabeza
no cabía que una las
funciones que tenia que hacer donde trabajaba, el primer Banco del país, fuera ir a comprar los bocadillos del
resto del personal, llenar el botijo de agua de la fuente de la plaza, encender
la calefacción… él que estaba ya en quinto de bachiller.
Llegaron
las siete y media de la mañana del lunes.
¿Dónde estaban los periódicos y los papeles para encender la
calefacción? El sábado, la Señora de la limpieza había dejado la oficina limpia como una patena.
Imaginación para resolver el problema, usar unos
cuantos formularios de varios modelos 74, 129, 200, 201, 133, enteros con sus papeles de calco y todo, ya
se haría el pedido de
material y se repondrían. Algunos de ellos
tenían cinco o seis
copias con su papel carbón correspondiente.
¡Al ataque!, primero los formularios y luego unas tablillas finas
para que prendan bien, cerilla a los formularios y ya está. Pues no. Llamita corta y mucho humo. ¡Joooo!.. esto no prende, más formularios y algún sobre. Nada, poca llama y mucho humo,
mucho humo, mucho humo….s.p.m.
En lo alto de
la escalera el humo se filtra por la puerta de la vivienda del director. De
pronto una voz… “¡que pasa, que nos vas a asfixiar!..”… baja el director… “pero ¿que haces???”.. Pues que no enciende…”has metido papeles???..” .. Si, bueno y algún formulario… “¡No jodas, de ahí el humo!”... “Los calcos no encienden, no se queman, solo hacen humo y más humo…”
La señora del Director, en bata hasta los pies, y
las niñas por la escalera
bajaban mientras el humo subía.
Crisanto no
sabía que hacer, para él sólo había una cosa buena, ese
día las niñas no llegarían tarde al Colegio. Mientras tanto el Director se puso a sacar
los formularios medio quemados de la caldera mientras maldecía de mil maneras.
En pocos
minutos (horas para alguno) todo volvió a la normalidad, cuando fueron llegando los compañeros algunos echaron una mano. Aquel lunes
hasta las once de la mañana no se notó el calor en la Oficina.
Ese lunes
Crisanto fue más diligente que otros
días para ir a comprar
los bocadillos, los botellines, llenar de agua de la fuente de la plaza el
botijo o meterse en el pequeño archivo a poner al
día el libro copiador
de cartas y apretar la prensa con todas sus fuerzas para rebajar la tensión, todo antes de estar a la vista, sobre
todo de su Director.
De la mujer
del Director, mejor callar.
Fueron pocos
lunes los que volvió a encender la
calefacción. A veces hacer las
cosas mal tiene recompensa.
La puerta de acceso a la escalera y vivienda del Director esta a la izquierda y no sale en la foto. La puerta de la derecha era el pequeño archivo.
Sobre la puerta y ventanas las letras de BANCO ESPAÑOL DE CREDITO S.A.
Sobre la puerta y ventanas las letras de BANCO ESPAÑOL DE CREDITO S.A.
*Esa era nuestra realidad de esos tiempos, sobre la calefacción y otros avatares muy bien descritos en el presente artículo. Y aunque estas fueron relativamente recientes, para muchos de nosotros, sin embargo hace ya la friolera de 43 años que sucedieron.
ResponderEliminarPero que a buen seguro que a algunos nos gustaría repetir, pero eso sí en mejores condiciones que las descritas en este caso, claro.
La historia siempre se repite y las peripecias de siempre, las pagaba el pobre subalterno, o de inferior categoría.
Pues está claro que para que todo siguiese funcionando, alguien tenía como vulgarmente se suele decir, que pagar el pato de las anomalías correspondientes.