lunes, 14 de abril de 2014

Las cartas

Las cartas se concebían con un viaje de por medio, con dos personas que se querían comunicar, con mensajeros portadores de noticias, sin espacios insalvables que las separaran.
Fotografías de momentos de sentimiento, borbotones de palabras en forma de letras que alguien quiso haber pronunciado, a veces en voz alta, a veces susurrando, con calma, con ira, con dulzura o airadamente.
Recuerdos de escritos constatando un momento de la realidad, inmóviles en el tiempo diciendo lo que alguien quiso comunicar, a veces quedaron en simples letras porque quien escribió no tenía nada que decir.
Internet ha transformado muchas de nuestras percepciones. Antes las mañanas, el desayuno, la comida, cualquier evento era bueno para pensar que el cartero podría traer cartas, algunas como las que cantaba Moustaki. Dichoso quien era propietario de un buzón, las cartas llegaban o no, en cualquier caso siempre se antojaban pocas y siempre cabía la duda de que alguien las hubiera perdido.
Ahora todo es inmediato, dicen que lo primero que hacemos nada más levantarnos es mirar el whatsapp para ponernos al día de lo que puede haber pasado desde que nos fuimos a dormir. A partir de ahí todo es consultar de vez en cuando, ya se ha despejado la duda del extravío.
En común el contenido, ahora corto, rabioso, y acelerado, antes más reposado y meditado.
¿Dónde están ahora las cartas escritas y no enviadas, o sencillamente las pensadas y no escritas? algunas eran parte del alimento diario y ayudaban a vivir espacios y tiempos complicados.
¡Siempre dos personas, cada una a un lado, enviar y recibir!
La época de las cartas enseñaba a esperar, a convivir con los silencios, a saber lo maravilloso que era recibir un sobre, aún sin saber qué diría. Era un momento en el que no se podía controlar el instinto, había que abrir la carta inmediatamente. El contenido era el preámbulo de un segundo acto de una obra que tuvo principio y cuya trama, nudo y desenlace estaban pendientes de ser moldeados por el destino y sus protagonistas. Los mensajes de ahora son párrafos de una página.
Escribir era pensar, recorrer mil rincones que acaban en la mano rellenando párrafos, uno tras otro. Las luces se iban apagando, el silencio y la obscuridad se iban apoderando del ambiente, el bolígrafo, el papel y la imaginación eran los únicos jinetes que galopaban en la noche.
Una a una, una tras otra, aquellas cartas que todos escribimos en las que pusimos ojos, manos y corazón, sin solución se hicieron pedacitos pequeños y fueron arrojadas a la basura.
Se fueron las cartas y quedó el recuerdo vago de años. Esas cartas presentes o no forman parte de nuestro día a día, de una vida que trasciende un pasado.
Todo se ha hecho más aséptico y eficiente, ya no hay que doblar el papel, meterlo en el sobre, lamer el filo engomado, pegarlo, ir al estanco, comprar el sello, dar un paseo hasta el buzón, meter la mano en la boca del león, dejarla caer, recogerla, clasificarla, ponerla en ruta, recogerla en la ciudad de destino, repartirla y depositarla en un buzón. Es todo más simple, escribes una líneas y zas… ahí, inmediato, el destinatario recibe un aviso, con un ruido variado, no importa si está en el cuarto de baño, en el cine, trabajando, durmiendo, pelando las patatas o conduciendo, cualquier momento es bueno para recibir un mensaje.
La falta de cobertura, la inexistencia de wifi al alcance, se considera un desasosiego, una catástrofe que nos hace perder la seguridad de la inmediatez. Que es de nosotros si no tenemos un teléfono en la mano, todo está perdido.
Olvidamos a menudo cosas tan sencillas como que el sol aparece por el Este cada día y que el silencio fabrica la imaginación y los sueños.

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